Se cumplieron seis años de la renuncia de Benedicto XVI, que entró en vigor aquel 28 de febrero de 2013. A pesar de su humilde y frágil figura, el Papa emérito ha sido clave en la lucha para erradicar la pederastia en la Iglesia católica.
En otro momento, al cumplirse un año de su Pontificado, en una entrevista al diario italiano Il Corriere della Sera, (5 mar. 2014), Francisco dijo que, en cuanto al tema de abusos sexuales de menores, “Benedicto XVI ha sido muy valiente y ha abierto un camino”, sobre el cual “la Iglesia ha hecho mucho”.
En abril de 2002, con motivo de los reportajes del diario “Boston Globe”, que destaparon el encubrimiento de abusos por parte de clérigos, Juan Pablo II convocó a una cumbre a los obispos de Estados Unidos.
Ahí el Papa polaco expresó que “no hay lugar en el sacerdocio y la vida religiosa para quienes quieren perjudicar a los jóvenes”, dando a entender que se debían expulsar del sacerdocio a los abusadores, y no únicamente cambiarlos de parroquia.
En un acto sin precedentes, Benedicto XVI se reunió con las víctimas irlandesas y envió en marzo de 2010 una Carta pastoral dirigida a los fieles de Irlanda, en la que pidió que se reconocieran tanto “los graves delitos cometidos contra niños indefensos”, como el daño causado a las víctimas y sus familias, y dio la pauta novedosa hasta ese momento: “garantizar que en el futuro los niños estén protegidos de semejantes delitos”.
La fórmula es clara: 1) atender a las víctimas: “solicitud, compromiso por las víctimas, es la prioridad, con ayuda material, psicológica, espiritual”; 2) apartar a los culpables de todo acceso a los jóvenes, y 3) prevención: elegir bien a los candidatos al sacerdocio, para evitar casos futuros.
Aunque con el paso de los años los pasos enumerados por Benedicto XVI nos suenan como algo normal y habitual, en su momento representaron un cambio de paradigma, pues al inicio de esta crisis, las víctimas casi no eran escuchadas ni atendidas, y los culpables no eran juzgados penalmente.
Epílogo. Benedicto XVI será conocido en la historia no sólo como el “Papa teólogo”, sino también como el “Papa valiente”, que tuvo la fortaleza y el tesón de enfrentar los casos de abusos sexuales y darles un cauce legal.
Así, el Papa emérito llevó a cabo una silenciosa reforma, que puso en primer lugar a las víctimas, permitió el castigo de los perpetradores y sentó las bases para una mejor formación psicológica de los futuros sacerdotes.
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