Se defiende lo que se quiere

Leía hace poco que en realidad, resulta sorprendente cómo la idea del matrimonio homosexual ha ido expandiéndose en parte, fruto de una notable apatía por defender lo que hoy se llama “matrimonio tradicional”. Y el comentario parece tener razón.

En efecto, si se analiza esta cuestión, y dada la importancia del tema –ni más ni menos, la conformación de lo que entiende por “familia”, con todas las consecuencias que ello conlleva–, salvo algunas excepciones, por regla general, la defensa del matrimonio tradicional, si bien heroica en la generalidad de los casos, ha sido débil, tanto por su ímpetu, como por el número de personas que realmente se han comprometido con dicha causa. Mas, ¿por qué se ha dado este fenómeno?

La razón fundamental, me parece, es el continuo desgaste que esta institución ha sufrido en las últimas décadas, fruto de un conjunto de ideas y políticas que han buscado hasta la saciedad tal resultado. Así, la anticoncepción, producida en masa y expandida casi como un mandamiento nuevo de nuestros tiempos, ha tornado al matrimonio en una antigualla que debe ser demolida para vastos sectores; y lo mismo puede decirse respecto de la educación sexual, la espiral divorcista que parece no tener límites, la reglamentación de las uniones de hecho, la notable disminución de la importancia de la figura del menor en el Derecho de Familia, y en general, diversos ideales de vida, fuertemente individualistas. Todo esto ha hecho que para muchos, el matrimonio –tradicional– no sea una prioridad, lo que explica su débil defensa, pues a fin de cuentas, se defiende lo que se quiere.

Lo anterior explica también por qué ha costado tan poco ir modificando su concepto. Sin embargo, si se trata de una realidad tan venida a menos, sobre todo para los sectores autodenominados “progresistas”, ¿por qué se aboga –también por sectores “progresistas”– tan decididamente por el matrimonio homosexual?

En efecto, ante una realidad tan menguada, ¿por qué tanto interés en reivindicarla para sí? En verdad, resulta casi paradójico que se luche a brazo partido por alcanzar el estatus de una institución contra la cual se ha hecho todo lo posible por demoler. Si realmente se valorara el matrimonio, no existiría esta dicotomía patente: que por un lado se lo reivindique como una gran conquista, como un derecho, y por otro, se intente destruirlo.

Por eso no parece tener sentido que al mismo tiempo exista una rabiosa batalla por quienes abogan por el matrimonio homosexual, a fin de verse legitimados en su relación, y por otro, una también rabiosa demolición de dicha forma de legitimación. Así, lo que para unos es una gran conquista, para otros es apenas una pieza de museo.
Lo anterior, a menos que la lucha por el matrimonio homosexual pretenda ser el último asalto para destruir esta institución.

Max Silva Abbott
Doctor en Derecho
Profesor de Filosofía del Derecho
Universidad San Sebastián
Chile

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