La persona humana tiene dos elementos que de manera idéntica comparte con los animales, el instinto de supervivencia y el instinto de perpetuación de la especie. Los instintos a menudo son comparados con los impulsos, de hecho cuando se menciona uno u otro se pretende que sean sinónimos, y aunque tienen etimologías semejantes, no son lo mismo. Los instintos son reacciones, respuestas ante estímulos que se suscitan a lo largo de la vida. Son dinamismos propios que se manifiestan por la misma naturaleza de los seres vivos que ocurren exclusivamente en el soma, es decir en el cuerpo. No obstante el impulso, a pesar de ocurrir en el cuerpo, involucra la psique, es decir, nuestra parte espiritual. Los impulsos de autoconservación, de protección de la vida frente a todo aquello que pudiera dañarla.
Un impulso nos hace defendernos ante un ataque a nuestra integridad, que combinado con el instinto que nos hace reaccionar físicamente, la psique, concientiza que nos debemos de defender para sobrevivir. De hecho, en caso de haber salido ilesos, cuando ha pasado la agresión nos percatamos de que estamos bien corporalmente, pero en realidad nos referimos a nuestra parte interna, a nuestra parte espiritual. Ese hurgar en nuestro interior para dar cuenta de que nos encontramos bien, es un impulso de autonconservación con el que contamos los seres humanos, que a diferencia de un instinto nos hace adentrarnos en nuestra espiritualidad.
“En el origen del impulso de autoconservación existe un valor fundamental y un principio: la existencia misma es la que constituye este principio y este valor, pues el impulso a la autoconservación expresa obligación de existir, la “necesidad subjetiva” de existir que invade todo el dinamismo de la estructura del hombre” cita que he sacado de uno de mis libros predilectos “Persona y Acción” del antropólogo de antropólogos Karol Wojtyla. Y que nos dice precisamente que la persona humana busca vivir a costa de lo que sea desde el momento en que existe, desde que somos concebidos luchamos por nuestra conservación.
Al respecto, y habiendo explicado estos términos filosóficos pero también antropológicos, los cuáles he tratado de hacer digeribles, la duda que cualquiera podría hacerse, es que si estos impulsos son los que caracterizan al género humano, cómo es posible que haya quienes buscan acabar con ese tesoro tan preciado llamado vida y que defendemos a costa de lo que sea, es más de manera impulsiva e instintiva. Bueno, pues este mismo libro nos puede dar respuestas a las conductas suicidas que claramente atentan en contra de nuestra propia naturaleza y que claro está contradicen totalmente los párrafos anteriores. “El impulso de autoconservación se convierte en una actitud adoptada conscientemente, una preocupación esencial del hombre y un valor fundamental. En su mente, el hombre, como bien sabemos puede reflejar el valor de su propia existencia y sustituir la afirmación por una negación, lo que manifiesta que el impulso a la autoconservación no tiene control absoluto sobre la persona.”
Aquí surge la duda de que si aquellos que tienen la intención de suicidarse lo hacen por dejar de existir totalmente, o quizá únicamente dejar de existir en una forma que les parece insoportable. Atentan en contra de ese impulso, de manera voluntaria, lo que nos demuestra que no somos determinados por nuestros impulsos, no así de nuestros instintos que son meramente reactivos ante estimulaciones externas.
El suicidio, muchos lo describen como actos de cobardía, otros como de valentía, sin embargo yo me atrevería a decir que es un acto de vacío espiritual, un hueco profundo de trascendencia que en la vida desde la era platónica se buscaba llenar con cosas materiales y lo único que provocaba era mayor frustración y desesperación por ese abandono del espíritu.
Desde hace varios años me ha tocado enterarme de suicidios, de hombres y mujeres que conocí, de personas con las que conviví y recientemente aconteció otro hecho similar que no culminó en la muerte, sino permaneció en intento de. De un hombre que en sus años cincuentas se encuentra solo, sin familia, si una razón por la cual vivir. Durante varias décadas, tuvo dinero, mujeres, casas, bienes materiales que lo hacían “feliz”, sin embargo los excesos, tanto en vicios dañinos para la salud como de una vida disipada, lo han llevado ahora a revertir su impulso de autoconservación y querer terminar con su existencia que muy posiblemente le resulte insoportable y a veces pienso que él mismo se siente un estorbo para los demás. Creyendo que su desaparición hará más ligera su angustia. Pesar que viene de un abandono de sus padres, una falta de límites y carencia absoluta de amor.
De haber tenido todo lo que el ser humano requiere para alimentar su espiritualidad muy posiblemente no habría tenido la inquietud de querer acabar con el tesoro preciado de la vida y mejor aún, habría trascendido en una esposa, unos hijos y un legado que dejara un vestigio de amor en la humanidad. Hoy en día no es así, no obstante no ha muerto y estoy segura que para algo importante permaneció en esta vida mundana, esperando recapacite y encuentre aquello que llene el hueco espiritual que durante tantos años le ha oxidado su vida y ha terminado con todo deseo de vivir.
Nos leemos la semana que entra para no quedarnos atrás y ver hacia delante.
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