Hace unos días, científicos españoles y estadounidenses anunciaban que habían creado espermatozoides artificiales a partir de células de piel humana, aunque aún no eran aptos para concebir, lo cual consideraban un gran avance en pos de lograr la fertilidad universal.
Anteriormente ya se había logrado crear espermios y óvulos artificiales a partir de células madre embrionarias; sin embargo, aquí la novedad es que los gametos se han obtenido desde células adultas, mediante su reprogramación genética.
En realidad, esto podría considerarse un paso decisivo en la creación de vida completamente artificial. En efecto, hasta ahora –y al margen de sus connotaciones éticas y jurídicas–, lo que se había hecho era manipular la vida pero a partir de una base natural, al usar espermatozoides y óvulos reales que provenían de personas. Ahora, en cambio, el proceso de artificialización parece completarse, puesto que es previsible vaticinar que se los podría crear a partir de cualquier célula adulta mediante su reprogramación. De esta manera, se cortaría el último lazo que existía con la propia naturaleza y para sus partidarios sería una completa revolución en la forma de producir (ya no de concebir) seres humanos.
Ahora bien, al margen de la inquietud que pueda ocasionar una noticia como esta y el cúmulo de problemas y callejones sin salida de cara a sus ribetes morales y jurídicos, lo anterior también podría ser el paso definitivo para la cosificación del hombre a manos del mismo hombre.
En efecto, con la técnica en comento, ya no habría diferencia alguna entre la producción de objetos y la de ¿sujetos?, al depender todo de la libérrima manipulación de quien dirige el proceso, con lo cual la ya debilitada, aunque aún existente diferencia entre sujeto experimentador y objeto experimentado terminaría difuminándose.
Dicho de otro modo: hasta hace poco, el poder de dominación del hombre sobre la naturaleza, que ha cambiado tan radicalmente nuestras vidas, le había permitido un dominio sin par sobre el mundo que lo rodeaba; sin embargo, aún permanecía la diferencia entre el sujeto que manipulaba los cambios y la realidad que era alterada por éste. Ahora, por el contrario, mediante un proceso creciente y cual círculo vicioso, es el ser humano el que se manipula a sí mismo, con lo cual el sujeto pasa a ser objeto y el objeto a ser sujeto, en cierta medida.
¿Qué consecuencias puede tener lo anterior? Una que parece indudable de cara a la dignidad humana, es el dominio de los fuertes sobre los débiles, pues desde estas premisas, ¿por qué debería respetarse a quien es sólo un producto manipulado a voluntad?
Max Silva Abbott Doctor en Derecho Profesor de Filosofía del Derecho Universidad San Sebastián
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