En una sociedad que premia “la inmediatez”, es decir, que nos ha ido acostumbrando a resolver los asuntos “hoy, ahora y cuanto antes”, la virtud de la paciencia se encuentra infravalorada.
Pero, ¿qué es la paciencia? Es la virtud que hace soportar los males con resignación, por ello se dice que “la paciencia es más útil que el valor”. Otros pensadores afirman que es la cualidad del que sabe esperar con tranquilidad las cosas que tardan. Esta virtud se vincula con la perseverancia o constancia, acompañada del optimismo y la visión positiva de las dificultades cotidianas.
Fui muchos años profesor de primaria y secundaria y en esa institución educativa teníamos el sistema de la asesoría académica y de fomentar valores integrales. También, en forma periódica, conversábamos con los padres para ponernos de acuerdo en cómo formar mejor a sus hijos. Recuerdo en varias ocasiones, ellos me decían: “No sabemos qué hacer con nuestros niños porque uno es muy desordenado y el otro pone poca dedicación en sus tareas escolares. Les hemos dicho que tienen que cambiar, pero no notamos en ellos grandes cambios; quisiéramos que pusieran mucho mayor empeño”. Les hacía ver que en su labor de padres –como la de nosotros los maestros- teníamos que tener la paciencia de un agricultor que con frecuencia va observando el desarrollo de los plantíos que sembró y decide si a aquellas plantitas les hace falta más agua, fertilizante para combatir una plaga, eliminar una zona encharcada, etc. Así el agricultor sabe que con esa paciencia obtendrá los frutos deseados. Y les hacía la comparación, un tanto chusca: “a base de estirar el tallo, las ramas o las hojas de las plantas, no iban a crecer más de prisa”. Que precisamente ésa era la virtud que debíamos de cuidar tantos los papás como los profesores: ser constantes, pacientes, no perder el buen ánimo, corregir con cariño y sentido positivo, etc. Pienso que me entendían y cambiaban de actitud.
Por otra parte, me gusta observar la labor de los escultores o artesanos quienes, con infinita paciencia, con el cincel y el martillo, van conformando del tosco mármol una bella figura o de una masa informe de arcilla, van modelando hermosas vasijas de barro. Observo que ellos trabajan con serenidad y calma y no existe precipitación en su labor creativa.
Me vienen a la memoria aquellas palabras sobre el quehacer literario expresadas tanto por Juan Rulfo como por Juan José Arreola sobre que ellos, en realidad, eran “artesanos de la palabra”. Se referían a que para escribir una buena obra de Literatura se requería sopesar cada expresión o palabra hasta que quedara un conjunto verdaderamente estético.
En ese mismo sentido, admiro mucho a esos jóvenes que con muchos esfuerzos logran realizar sus estudios universitarios. Recuerdo a Manuel Antonio que vivía en Chalco y diariamente se trasladaba en transporte público hasta la UNAM. Estudiaba Leyes. Se levantaba alrededor de las cuatro de la mañana para poder llegar a tiempo a su primera clase de siete. Al terminar sus clases, se iba a trabajar a un despecho de abogados y recuerdo que en varias ocasiones me lo encontré en camiones de pasajeros con los típicos libros enormes para llevar a firmar.
Después regresaba a la Facultad de Derecho para cursar otro par de materias y ya tarde tomaba su medio de trasporte colectivo para llegar a su casa alrededor de las diez de la noche. Saludaba a su familia, cenaba algo y se ponía a estudiar hasta cerca de las doce. Yo le preguntaba que si el dormir tan pocas horas no le afectaba y él me respondía que ya estaba acostumbrado y que “se echaba sus cabeceadas” en esos trayectos tan largos de su casa a la universidad y de regreso. De esta manera, resumía Manuel Antonio, no me resulta tan fatigoso.
Posteriormente realizó una especialidad en Derecho Corporativo y económicamente, con el paso de los años, le ha ido bien, al punto que lo primero que quiso fue conseguir para sus padres una casa más grande y confortable.
Pero esto es algo que se observa de forma cotidiana y normal en miles de estudiantes, empleadas y trabajadores en la Ciudad de México. Me gusta llamarles “los héroes anónimos” porque a base de grandes sacrificios sacan adelante a sus hogares, la formación de sus hijos y sus estudios profesionales.
Otro ángulo en el fortalecimiento de la paciencia, es el vencer problemas como la incomprensión o el rechazo inicial. Eso me recuerda a los pintores de la “Escuela Cubista” como Georges Braque, Juan Gris, Diego Rivera, Pablo Picasso, Fernand Léger, etc. que cuando comenzaron a pintar sus cuadros fueron calificados de “estrafalarios”, “extravagantes” y que sus obras no eran realmente arte. Pero el tiempo y la crítica se han encargado de demostrar lo contrario.
Me hace gracia recordar una anécdota del músico Ígor Stravinsky (1882-1971) que fue un compositor y director de orquesta ruso, quien compuso obras como “Petrushka”, “El Pájaro de Fuego”, “La Consagración de la Primavera”. Al inicio, sus composiciones de música clásica moderna fueron muy criticadas. Tanto que cuando se estrenó esta última obra en un teatro de París, el recinto estaba abarrotado de críticos artísticos y personas amantes de la buena música. El compositor Ïgor estaba sentado en primera fila. Pero fue tal el repudio del público a su novedosa obra que paulatinamente aquel gran teatro se fue vaciando. Stravisnky en vez de sentirse indignado o fracasado, comentó con ecuanimidad: “No pasa nada. Algún día ellos comprenderán mi arte” y siguió componiendo. Actualmente es considerado uno de los músicos más importantes y trascendentes del siglo XX.
Por ello, es muy certero el célebre el dicho que afirma: “¡La paciencia todo lo alcanza!”.
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