Trabajar es algo que la mayoría tenemos que hacer para poder ser sustentables. Para poder vivir y subsistir en esta vida mundana. Si no percibimos ingresos monetarios no podremos pagar nuestra vivienda, nuestra comida, nuestras necesidades básicas así como todo aquello que nos ayude a ser personas preparadas.
El trabajo es un mal necesario, que mucho depende de quien lo ejerza se vuelva loable o no. “El trabajo humano es una clave, quizá la clave esencial, de toda la cuestión social, si tratamos de verla verdaderamente desde el punto de vista del bien del hombre.” Juan Pablo II dijo exactamente lo contrario en Laborem excercens, n.3, es un bien si lo vemos de esa forma. ¿Cómo verlo como bien cuando los economistas sabemos que es un mal necesario?
“El trabajo tiene en sí una fuerza, que puede dar vida a una comunidad: la solidaridad; la solidaridad del trabajo, que espontáneamente se desarrolla entre los que comparten el mismo tipo de actividad o profesión, para abrazar con los intereses de los individuos y de los grupos el bien común de toda la sociedad. La solidaridad con el trabajo, es decir, con cada hombre que trabaja, la cual –superando todo egoísmo de clase o intereses políticos unilaterales- se hace cargo del drama de quien está desocupado o se encuentra en difícil situación de trabajo. Finalmente, la solidaridad en el trabajo; una solidaridad sin fronteras porque está basada en la naturaleza del trabajo humano, es decir, sobre la prioridad de la persona humana por encima de las cosas.” Esto es lo que debería de ser el trabajo en sí, si buscamos que sea un bien para la humanidad, según un discurso que pronunció Juan Pablo II en Barcelona a empresarios y trabajadores españoles en 1982.
La vida materialista que vivimos, en el día a día, nos hace ser egoístas y el ideal de este trabajo se ve cada vez más distante, es casi imposible concebir que alguien labore con la idea de ayudar a los demás, por el contrario, quien trabaja busca su propio beneficio, acaso el de su propia familia pero hasta ahí queda la razón por la cual trabaja.
¿Es una utopía pensar que el trabajo realizado se haga con amor, pero no amor propio, sino amor de entrega? Un amor que se consiente, se elige, es decir, con desprendimiento sin esperar recompensa. Tener un trabajo, sobre todo en estas épocas es un lujo, y más aún cuando es bien remunerado, sin embargo, si ese trabajo se realiza con inclinación de temor o en espera de un premio personal pierde el sentido de ser, se vuelve un mal necesario en lugar de un bien. Lo que anhelamos es que ese trabajo perfeccione a la persona como persona cuando incluye el amor que busca el bien de los demás.
¿Podemos acaso imaginarnos a un político que en realidad busque con su trabajo el bien común? En realidad es difícil creer que algún gobernante quiera hacer la diferencia antes que sobresalir de manera personal. Siendo y repito que el mundo materialista, extrínseco y pragmático que transitamos, obstaculiza cualquier deseo de entrega laboral. La avaricia y el poder nos han cegado como humanidad, tanto que hemos olvidado que el amor es un don, un regalo que si así lo vemos así trabajaremos, no obstante lo creemos como un derecho, como algo que nos ganamos y que muchas veces merecemos y a su vez injustamente sentimos al mismo trabajo como inmerecido de nuestra estima.
La soberbia podría ser una razón poderosa por la cual esta es la actitud actual de la humanidad. Hemos hecho a un lado a Dios de nuestras vidas, hemos buscado más tecnología para manipular y no para avanzar. Somos déspotas y por tal motivo hemos dejado un vacío existencial que ha hecho olvidar que el trabajo es y debe ser al servicio de los demás.
Me pregunto ¿habríamos desembocado en una sociedad de consumo como la que nos invade si todos y cada uno de los trabajadores –en especial los que gestionan el trabajo de los otros- entendieran su tarea como una suerte de “don-bien”, y establecieran como objetivo primordial y guía de sus actividades el beneficio humano, antropológico, de los destinatarios de sus productos, en lugar del simple y prioritario rendimiento económico? ¿En lugar de estar creando de manera desmedida aspiraciones falsas de necesidades superfluas que simplemente crean más frustración en la sociedad e irónicamente sostienen a la economía contemporánea?
El trabajo y sus frutos no pueden ser un fin sino un medio para vivir. El trabajo nunca puede ser definitivo, se resuelve en amor desordenado de sí o en amor generoso a los otros. El trabajo como medio y de benevolencia es aprendido normalmente en la familia, en donde se procura el bien real de los otros. Si enseñamos a nuestros hijos a compartir, a ayudarse mutuamente y a nunca compararlos y hacerlos competir entre sí, haremos personas que trabajen en pro de la sociedad, pero sobre todo que se den cuenta que el trabajo es un don de Dios que se debe de recibir como un regalo y aquilatarlo como tal.
Y termino con un relato sencillo, pero que sintetiza este escrito a fin de hacer ver cuán importante es ver el trabajo como esa dádiva y no como un derecho enfermizo que nos va deshumanizando a pasos agigantados: Una humilde campesina alemana lo comenta en el Diario de Kierkegaard “Yo hago mi trabajo por un marco al día; pero que lo hago con tanto amor, es sólo porque Dios me mira”.
Nos leemos la semana que entra para no quedarnos atrás y ver hacia delante.
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