Un electorado cautivo

De acuerdo al presupuesto fundamental del sistema democrático, en teoría los electores, o si se prefiere, el pueblo, tiene la libertad para elegir, de entre las diferentes alternativas que se le presentan, aquella que mejor defienda sus intereses, pudiendo optar a su antojo entre ellas. En consecuencia, es esta posibilidad de cambiar de gobernantes lo que viene a demostrar en los hechos, que realmente detenta el poder soberano de un Estado.

            Sin embargo, ¿qué ocurre cuando este pueblo aparentemente libre y soberano ha sido secuestrado –a veces de manera subrepticia– por los gobernantes que hipotéticamente son elegidos por él? ¿Qué pasa si más allá de la teoría y de las leyes –que dicen lo que deber ser– los electores se encuentran en una situación tal, que en la práctica no les es posible, o les resulta muy difícil no seguir “reeligiendo” a quienes detentan el poder, sencillamente porque dependen de sus beneficios para satisfacer un cumulo de necesidades básicas?

            Esto es, a nuestro juicio, lo que ha ocurrido en la última primaria en Argentina, preludio de la próxima elección presidencial y legislativa: que tantos años de subsidios y beneficios otorgados por el Estado para ayudar a satisfacer necesidades básicas (luz, agua, gas, etc.), han generado una casi absoluta dependencia de vastos sectores de la población de estas dádivas. Ello, a pesar que esta política pone a mediano y largo plazo en peligro su mantenimiento, ya que al fijarse precios máximos para estos servicios, se desincentiva la inversión para crearlos y mantenerlos. En consecuencia, la elección de una alternativa distinta para ejercer el poder (que entre otras cosas, busca evitar que estos mismos servicios colapsen en el futuro), se hace casi imposible, coartando casi por completo la libertad de optar del electorado.

            De ahí que haya que mirar con bastante cuidado, e incluso con algún grado de desconfianza, aquellas políticas impulsadas por los gobernantes demasiado generosas en beneficio de grandes sectores de la población. Sin duda los favorecen, y a veces en materias muy importantes. Pero más allá de la satisfacción inmediata de necesidades, muchas veces legítimas, hay que hacer un esfuerzo no menor para superar esta especie de encandilamiento que produce una política semejante y ver si gracias a ella, los electores podrían acabar siendo cautivos de quienes las propugnan.

            Es decir, hay que ser un poco mal pensados y preguntarse qué lleva a los gobernantes de turno –no importa cuáles– a ser tan generosos con el electorado, pues a fin de cuentas, la mera liberalidad es bastante extraña en nuestros días, no siendo la política la excepción.

            En el fondo, un nuevo peligro que se yergue sobre la libertad de países enteros, es que termine dependiendo del Leviatán, la satisfacción de demasiadas necesidades importantes de los ciudadanos, al punto que sin su ayuda resulte difícil, cuando no imposible cubrirlas. Por tanto, más allá de las apariencias y del beneficio inmediato, lo que importa destacar es que la dependencia de beneficios estatales puede terminar convirtiéndose en una nueva forma de esclavitud, lo cual hace que más allá de las apariencias, sean los supuestos elegidos y representantes del pueblo quienes realmente dominan a sus cautivos electores.

 

Max Silva Abbott

Doctor en Derecho

Director de Carrera

Universidad San Sebastián

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