Un negocio redondo

Siempre se ha dicho que el sexo es un muy buen negocio. Mas ¿cuáles serían las ganancias involucradas? Intentando reconstruir esta cadena lucrativa, se puede hacer el siguiente cuadro:

Lo primero es la educación sexual, la cual depende obviamente, de la concepción de hombre que se tenga. Así, en no pocos casos, es el punto de inicio de una vida sexualmente muy activa, y en el fondo, de los clientes de este notable negocio. Seguramente esto explica en parte la notable manía de muchos por convertir a nuestros niños y jóvenes en asiduos consumidores de sexo, lo que tendrá efecto para el resto de sus vidas (y por cierto, también para las de otros). En sí, esto no debe generar muchas ganancias, pero en el fondo, se trata de una inversión para el futuro.

Luego está toda la industria pornográfica cuyo modus operandi y efectos son de sobra conocidos.

A lo anterior se añade la industria anticonceptiva, sea por vías mecánicas o químicas (muchas de las cuales son también abortivas). De esta manera, mientras antes se inicie la vida sexual, mejor, pues la demanda por esta necesidad comenzará más temprano.

Posteriormente vienen las enfermedades de transmisión sexual, que permiten generar un cúmulo de fármacos necesarios para combatirlas. A este respecto, conviene recordar que mientras hoy la mayoría de enfermedades contagiosas retroceden, las de transmisión sexual se expanden casi sin control.

Avanzando en la lógica de este negocio, el aborto se presenta como una ‘solución final’ ante esta concepción lúdica de la sexualidad, puesto que aunque casi no se reconozca, los anticonceptivos fallan. Así, ante la promesa de no tener las molestias de un ‘hijo no deseado’, el aborto acaba transformándose en una vía más de control de la natalidad. Aquí también se dividen las aguas entre aborto quirúrgico y –cada vez más– el aborto químico, sea a través de sustancias que pueden ser también anticonceptivas (como la píldora del día después) u otras meramente abortivas (como la RU486), sin perjuicio de otros productos que se han ido sumando a este genocidio silencioso.

Por supuesto, también hay que contar las intervenciones quirúrgicas para lograr la esterilidad, aunque se trata de un camino en parte opuesto a los anteriores, al hacerlos innecesarios.

Luego tenemos los desechos orgánicos de los abortos quirúrgicos (y de las fecundaciones in vitro), y no es infrecuente escuchar noticias acerca de su utilización para la elaboración de cosméticos, otros utensilios similares y quién sabe qué más, pues resulta indudable que esta práctica no se publicita.

Si a todo esto se añaden los sex-shops, la prostitución, la trata de blancas, los ‘paraísos sexuales’, y quién sabe qué más, se ve que se trata de un negocio redondo.

La gran pregunta, no obstante, es si este es un buen negocio para el bienestar global de cualquier sociedad.

*Max Silva Abbott

Doctor en Derecho

Profesor de Filosofía del Derecho

Universidad San Sebastián

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