Un peligroso panteísmo

Actualmente se encuentra muy extendida una mentalidad de tipo panteísta, que concibe al hombre como una simple parte más del planeta, y a este último, en el fondo, como un ente vivo del cual formamos parte: “Gaia”. De ahí que abogue por un profundo cambio de actitud de la humanidad respecto de sí misma y por un conjunto de medidas a nivel mundial para “volver a los equilibrios”, si así pudiera decirse, que van desde los llamados “derechos de los animales”, de los seres inertes y hasta de la Tierra en su conjunto, hasta profundas y estrictas políticas de control de la natalidad.

Con todo, al tenor de la radicalidad de esta concepción y de la agresiva actitud de varios de sus defensores, da la impresión que muchos no han meditado suficientemente sobre algunas de las notables consecuencias lógicas –y varias paradojas– que conlleva un modo de pensar semejante.

En efecto, si el hombre es un simple elemento más de este macrocosmos, de este ser viviente global que sería el planeta, vendríamos a ser partes del mismo, algo así como sus células; con lo cual, no sólo no tendríamos ninguna diferencia cualitativa con los demás seres existentes, sino que además, no poseeríamos ninguna clase de derechos, pudiendo por ende, ser tranquilamente sacrificados por el bien de “Gaia”.

Ahora, pese a que de acuerdo a este panteísmo todos seríamos simples piezas de algo mayor –no teniendo por ende un valor propio de manera individual–, parece sin embargo, que ciertas “células” tendrían más importancia que otras, o al menos, es lo que ellas consideran (y al parecer, de forma evidente). Sólo eso explica que algunas de estas “células” –es decir, las personas que abogan por esta ideología– se crean con el derecho de poder decidir respecto a la existencia de otras “células”, mediante políticas –incluso coactivas– de control de la natalidad, tal como se ha debatido recientemente, por ejemplo, en la cumbre impulsada por Melinda Gates en Londres sobre planificación familiar.

De esta manera, pese a que todos seríamos partes de “Gaia”, algunos seres humanos se consideran más iguales que otros, ya que aparentemente sólo unos pocos iluminados han comprendido y tomado sobre sus hombros la tarea de luchar por este macroorganismo. Tal vez se deba a que estas “células” han descubierto que pertenecen al “cerebro” de “Gaia”, razón por la cual pueden disponer de otras “células” –para ellas de menor categoría– a su arbitrio.

Son sólo algunas de las consecuencias lógicas y paradojas que se derivan de no considerar a cada persona como un fin en sí misma, sino como un simple medio de algo mayor, en este caso, de la auténtica deidad en que para muchos se ha convertido “Gaia”, cuyas necesidades parece que sólo saben interpretar ellos mismos, y sus costos asociados soportar muchos, y curiosamente, siempre otros.

*Max Silva Abbott

Doctor en Derecho

Profesor de Filosofía del Derecho

Universidad San Sebastián

 

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