Un Poder Monstruoso

Se ha dicho, y al parecer con razón, que el poder es expansivo, esto es, que tiende a crecer mientras no se tope con otro poder más fuerte que él. De ahí que hablar de una “autolimitación” suya parezca, cuando menos, improbable.

Esto explica que desde hace algunos siglos, se haya luchado vigorosamente por limitar este poder, en particular del emanado del Estado, mediante su regulación por el derecho y su atomización en diferentes órganos de acuerdo a las funciones que deben cumplir, a fin que se vigilen mutuamente para que el poder frene al poder.

De ahí que haya que andarse con mucho cuidado cuando se busca dar más atribuciones al Estado, pues para imponer su voluntad, éste cuenta entre otros mecanismos, con la facultad de dictar leyes (que puede imponer por la fuerza) y de asignar o quitar recursos (también mediante leyes). Así, como el poder es expansivo, parece casi imposible que el Estado no ocupe cualquier espacio que se le conceda –y con intenciones definitivas–, a menos que otro poder lo expulse del mismo, si puede, en un futuro incierto.

Todo lo antes dicho debe tenerse muy en cuenta a propósito de la reforma –o incluso revolución– educacional que busca imponer el actual gobierno, que poco a poco va mostrando su amenazante cariz, a pesar de los muchos voladores de luces que intentan ocultarlo. Por eso hay que decirlo claro: si lo que se pretende es que sea el Estado quien financie la educación superior, o que entre otras cosas, pueda nombrar “interventores” para meter mano en aquellos establecimientos que estime no cumplen con estándares mínimos, es evidente que por esa vía buscará controlarlo todo (carreras, programas, profesores, aranceles, sueldos, investigación, extensión…), pues como dice el refrán, “quien pone la plata, pone la música”.

Dicho desde otro ángulo: muchos parecen creer que el Estado es una especie de paladín que protege a los débiles del abuso de los fuertes, sin considerar que por querer liberarse de estos (supuestos) aprovechadores, se está creando un verdadero monstruo, que usando todo el aparataje estatal, eventual (y generalmente) abusará como nadie, sin que exista un “súper-estado” al que acudir (lo cual no haría sino empeorar las cosas, al surgir un poder aún más incontrolable).

Es por eso que estamos en un momento crucial para la historia de Chile, que sin duda alguna tendrá enormes consecuencias para el futuro. Tan es así, que el acalorado debate que existió hace algunos años en España a propósito de la asignatura “Educación para la ciudadanía” –verdadero adoctrinamiento político disfrazado de educación– parece casi un juego de niños comparado con nuestra actual situación.

Max Silva Abbott

Doctor en Derecho

Profesor de Filosofía del Derecho

Universidad San Sebastián

Deja una respuesta