El último censo realizado en Chile ha confirmado lo que se viene diciendo desde hace tiempo: que nuestra población envejece, tanto por el aumento de las expectativas de vida como por la baja en la tasa de natalidad, lo que hará que el 2050 el volumen de adultos mayores supere a los menores de 15 años.
Sin embargo, no somos el único caso, y a decir verdad, parece que uno de los problemas con que tendrá que lidiar el siglo XXI es el envejecimiento de la población y en algunos casos, incluso la implosión demográfica. Por eso se ha dicho, y con razón, que en la presente centuria, la población joven será un recurso escaso.
De hecho, en Asia se está dando el mismo fenómeno, agravado por el despiadado aborto selectivo (e incluso el infanticidio) de niñas practicado en algunos países, que ha hecho que actualmente “falten” alrededor de cien millones de mujeres, desequilibrando la natural proporción entre ambos sexos, lo que evidentemente, incidirá en la tasa de natalidad de las próximas generaciones. Con todo, en una reciente cumbre realizada en esa región, se seguía abogando por el aborto y por la anticoncepción.
En el caso europeo, cuya crisis económica continuará durante bastante tiempo, han sido relativamente pocas las voces que se han alzado indicando lo que a nuestro juicio, es la causa fundamental de la misma: la baja de natalidad y el envejecimiento de la población. Y parece absurdo que no se insista más en este punto, porque a fin de cuentas, una economía depende de los habitantes de un país y de su formación; de ahí que una economía envejecida sea un problema que sólo puede solucionarse incentivando la natalidad y por tanto, la familia tradicional. Se pueden repactar las deudas y posponer los pagos, pero como a fin de cuentas, “de la nada nada sale”, la base de la economía es la producción de riqueza, para lo cual se requiere de personas.
En fin, la lista podría seguir engrosándose con más ejemplos de este estilo, que sólo muestran, para quien quiera verlo, los desastrosos resultados que no sólo para la economía, sino que para una sociedad e incluso una cultura en general, produce el descuido (por no decir el ataque sin piedad) que ha sufrido la familia en los últimos cincuenta años, fruto de la ideología maltusiana, lo que se ha visto reflejado en la anticoncepción masificada, la así llamada “educación sexual”, el debilitamiento y desdibujamiento del matrimonio, los ideales de vida cada vez más individualistas, la falta de compromiso, la búsqueda compulsiva de todo tipo de placeres, y un largo etcétera.
Parece, a fin de cuentas, que atentar tantos años contra el orden natural de las cosas tiene sus consecuencias, pese a haberse ignorado todas las advertencias que se han hecho desde el principio a este respecto, consecuencias que recién comenzamos a vislumbrar.
Max Silva Abbott
Doctor en Derecho
Profesor de Filosofía del Derecho
Universidad San Sebastián
Chile
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