UN PROPÓSITO NO LOGRADO

Faltando menos de cien horas para el trascendental plebiscito obligatorio que nos convoca este domingo, es imposible no hacer unas últimas reflexiones a su respecto.

            Si algo indudable puede decirse, es que al margen de cuál opción gane, el propósito de este proyecto constitucional, al menos el declarado oficialmente, no se logró. Y no se cumplió, porque como se ha demostrado en este período hasta la saciedad, el borrador final está en las antípodas de ser, como en teoría pretendía, un texto de “todos los chilenos”.

            Al contrario, lo único que ha generado el texto resultante es una enorme polarización del país, situación que continuará, independientemente de cuál opción gane en las urnas. De esta manera, incluso si ganara el “apruebo”, sería por un estrecho margen, demasiado poco para saciar ese ideal, lo que en el fondo, le quitaría buena parte de su legitimidad.

            Ahora bien, las causas de lo anterior son muchas, pero una que hemos advertido desde el inicio mismo de este proceso constituyente, se vincula al sistema de elección de los miembros de la Convención Constitucional. Ya en nuestra columna del 26 de mayo del año pasado, advertíamos sobre el defectuoso proceso de elección de sus integrantes, lo cual trajo como resultado que su conformación fuera desequilibrada, favoreciendo a la extrema izquierda, lo cual se agravó con la posterior (y no consultada a la ciudadanía en el plebiscito para optar por un proceso constituyente) incorporación de los escaños reservados.

            Todo esto no pudo sino generar una integración de la Convención que no representaba al Chile que decía y que en teoría, quería reflejar. De este modo, por mucho que se diga que su composición fue “decidida por el pueblo”, a la postre se obtuvo una notable dispersión de votos, al punto que algunos miembros fueron elegidos con un número miserable de sufragios, a lo cual se suma la distorsión que generaron los escaños reservados. Así las cosas, ¿qué nivel de representación del Chile real podía esperarse?

            Si a lo anterior se agrega el auténtico matonaje del sector mayoritario, que rechazó todo lo que proviniera de quienes considera sus enemigos (¿qué constitución de unidad puede lograrse así?), no es de extrañar que el texto resultante no represente, ni de lejos, el sentir ni las convicciones de un enorme sector del país.

            Es por eso, se insiste, que aun si ganara el “apruebo”, la misión de fondo ha fracasado, perdiendo la Convención la oportunidad de lograr un texto de unidad. De nada vale excusarse en un proceso de elección que ha demostrado ser defectuoso.

            De hecho, es todo lo contrario: se nota que el sector dominante no aboga por la unidad, sino por la división, proponiendo fragmentar a Chile en un cúmulo de pueblos y naciones, trayendo conflicto donde antes existía mucha más armonía.

            Si a lo anterior se añade la grotesca e inaceptable vejación de que fuera objeto nuestra bandera en el acto oficial de cierre del “apruebo”, surgen poderosas sospechas no solo de que no se representa a la mayoría de nuestro país, sino que existe en el sector que predominó en la Convención, un auténtico fastidio, incluso odio hacia el mismo.

            Por tanto, al margen del contenido del texto propuesto, que tantas y fundadas críticas ha generado y que podría meternos en innumerables problemas como país, ¿para qué aprobar un proyecto que no cumple con su propósito de unidad?

Max Silva Abbott

Doctor en Derecho

Profesor de Filosofía del Derecho

Universidad San Sebastián

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