El aislamiento y encierro forzoso y cada vez más estricto que la autoridad nos va imponiendo a todos con motivo del Covid 19, está mostrando recién algunos de sus múltiples efectos (de salud, psicológicos, laborales, económicos, etc.), asemejándose a la punta de un inmenso iceberg, que cada día nos impresiona más.
En realidad, se trata de una prueba inédita y tremendamente dura, que nos obliga a poner lo mejor de nosotros para resistirla y ayudar a nuestro prójimo. Máxime en un mundo crecientemente individualista, que creía tenerlo todo bajo control y que aspiraba a una vida cada vez más cómoda y gratificante.
Al mismo tiempo, las restricciones a nuestras actividades cotidianas nos revelan dolorosamente lo sociables que somos y hasta qué punto necesitamos interactuar de manera normal con los demás. De hecho, ya se ha vuelto frecuente contemplar en diversos lugares, cómo las personas circulan temerosas unas de otras, mostrando a través de sus ojos –que apenas sobresalen sobre las mascarillas, usadas como escudos–, diversas y clarísimas emociones: desde el miedo hasta la desconfianza, desde la tristeza hasta la sospecha.
Sin embargo –y hablo a título personal, esperando estar completamente equivocado–, a pesar de lo compleja de esta situación, hay que pensar muy bien si resulta conveniente decretar una cuarentena total, como varios personeros solicitan, a veces incluso enfurecidos, puesto que como también se ha dicho reiteradamente, el remedio podría ser peor que la enfermedad.
En efecto, al margen de las muy buenas intenciones que se esgrimen al sugerir esta medida –salvar vidas–, si el país llegara a paralizarse por completo (salvo los servicios imprescindibles), se corre el riesgo de generar una situación mucho peor que la actual. Así, piénsese por un momento en esas personas y familias que ya no tienen trabajo; o cuya fuente de ingresos se encuentra paralizada; agréguese además, a todos aquellos que ya estaban en serios problemas con motivo del llamado “estallido social” de octubre pasado.
Por tanto, ¿qué podría ocurrir si al ya notable estrés que genera el actual estado de incomunicación se añadiera la desesperación ocasionada por la escasez de víveres, por la falta de recursos para adquirirlos o por la eventual incapacidad de la producción en general para cubrir las necesidades básicas, dada la cuarentena que varios solicitan?
Sin querer ser alarmistas sino realistas, por extremar de buena fe las medidas contra el Covid 19, podría estar incubándose una auténtica revolución, no tanto por maldad, sino por llegar a un límite tal, que no significaría perder mucho a quienes participen en ella.
Se insiste que lo anterior es una mera conjetura –ojalá errada– de lo que podría ocurrir si no se ponderan bien y muy bien las medidas que hay que tomar ante la actual pandemia. Pues las emergencias y las necesidades de primer orden seguirán existiendo después de superado el Covid 19, y debemos estar mínimamente preparados para poder afrontarlas de forma adecuada. Mas, si la economía queda virtualmente destruida en nuestro esfuerzo por superar la pandemia –como si fuera el único problema que existiera–, se corre el riesgo de lograr un triunfo pírrico que puede generar mucha más muerte y destrucción que la que se quiere evitar.
Max Silva Abbott
Doctor en Derecho
Profesor de Filosofía del Derecho
Universidad San Sebastián
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