Una absoluta in»Trump»lerancia.

La verdad es que no ha dejado de sorprenderme profundamente la absoluta intolerancia y la guerra sin cuartel que le han declarado los principales medios de comunicación del mundo a Donald Trump, mostrando una in“Trump”lerancia rayana en lo patológico.

En efecto, la reacción a veces incluso histérica de los medios hacia su persona y gestión los ha llevado a situaciones francamente increíbles, como por ejemplo, analizar cómo da la mano a las autoridades con las que se reúne o lo que come.

Dicho de otra manera: parece imposible que todo lo que haga Trump sea malo, que se lo presente siempre como un loco, un descontrolado o un tirano. Sencillamente, la sola ley de probabilidades hace ilógico que no exista ni una sola cosa que rescatar de su mandato.

Por iguales razones, hay varios datos que se han ocultado y que por lo mismo, cuesta mucho encontrar. Así por ejemplo, que el famoso muro que quiere construir ya existe en parte y fue ordenado hace dos décadas por Bill Clinton; o un discurso que dio sobre la libertad religiosa francamente admirable que publicó LifeNews; y solo por poner un ejemplo más, la multitudinaria marcha a favor de la vida del no nacido que se realizó en Washington hace algunas semanas, en que también, habló el vicepresidente. Estas y otras noticias han sido curiosamente silenciadas y los medios se han enfocado en resaltar únicamente lo que consideran malo y perverso.

Ahora bien, resulta evidente que fruto de la libertad de expresión, los medios de comunicación pueden adoptar –y de hecho tienen– una postura determinada; a fin de cuentas, en eso consiste una sociedad libre, en la posibilidad de disentir y de poder debatir posturas diferentes en un ambiente civilizado y de respeto. Pero la cosa cambia peligrosamente cuando los medios, al menos los más poderosos, pretenden arrogarse todos en conjunto, el monopolio de lo que es bueno y verdadero, no dejando espacio o incluso ocultando información valiosa porque choca con su ideario político, ya que la ciudadanía tiene derecho a saberla.

Se insiste, nada impide que los medios de comunicación tengan su postura; pero ello no les da derecho para ocultar información, silenciando ciertos temas, porque su principal función es informar la verdad, no manipularla.

En caso contrario, no están colaborando al debate libre, propio e irrenunciable de cualquier sociedad democrática y se acercan peligrosamente a la función que han tenido los medios de comunicación en los regímenes totalitarios, en que existe una verdad oficial, amplificada hasta la saciedad por ellos y contra la cual está prohibido disentir.

Al revés: una actitud así, que oculta información y carga la balanza desvergonzadamente hacia lo que quieren, hace que la libertad de opinión y el derecho a la información sean una ilusión, pues los ciudadanos no tienen acceso a la verdad y por tanto, el debate que se genere ya está truncado: es un debate sólo aparente.

Pero peor aún sería que los “medios de comunicación” dominantes ya no sean tales, sino que pretendan adoctrinar a la población, que sigue creyéndose libre, y no estén dispuestos a tolerar y le hagan la guerra a cualquiera que vaya contra el establishment, pues entonces ello querría decir que la democracia sería una ficción y estaría muerta. ¿Hemos llegado a tanto?

Max Silva Abbott
Doctor en Derecho
Profesor de Filosofía del Derecho
Universidad San Sebastián

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