Parece absurdo que el gobierno chileno pretenda continuar, casi como si no hubiera pasado nada, con lo que considera su tarea “refundacional” del país (o que siga “pasando la retroexcavadora”), si al mismo tiempo está sumido, al igual que toda la clase política, en este verdadero pantano de ilegitimidad y descrédito que cada día se agranda y profundiza más, sacado a la luz por él mismo, con el propósito de dejar fuera de combate a un partido de oposición, acusándolo de prácticas que muchos de sus propios adeptos también realizaban. Así abrió sin querer una Caja de Pandora, saliéndole el tiro por la culata, al punto que ahora están casi más asustados ellos por lo que pueda venir que sus adversarios. Además, existen indicios que varios de estos posibles implicados están trabajando, sea abierta o solapadamente, más en evitar eventuales coletazos de este verdadero huracán político, que en tareas propiamente legislativas. Por tanto, además de la falta de legitimidad del gobierno para erigirse en adalid de este proceso refundacional, tampoco le estarían dedicando el tiempo que dicha labor requeriría.
Toda esta lamentable situación contrasta con el ímpetu que a ratos se muestra por impulsar el programa de gobierno, incluso pretendiendo acelerarlo en ciertos casos, como con la reforma laboral, a la cual además, se han introducido importantes modificaciones de última hora. Es como si de repente surgiera el apuro por aprobar estos cambios, antes que la cosa empeore aún más, ya que no pasa un día en el cual no aparezcan nuevos antecedentes, algunos francamente increíbles, que no hacen sino aumentar la complejidad y gravedad de esta situación, de lejos, la peor que ha tenido nuestra clase política desde el retorno a la democracia.
En consecuencia, en un ambiente tan enrarecido, de tanto recelo, en que las suspicacias y las desconfianzas no hacen sino crecer y crecer, parece impresentable que en el plano de las reformas legislativas, se actúe casi como si no hubiera pasado nada, se apure el tranco y no se cambie ni una coma el programa de gobierno.
Una actitud semejante no le hace bien al país, pues la legitimidad de las autoridades no se fundamenta solo en la manera en que han llegado al poder, sino sobre todo, en el modo de ejercerlo; o si se prefiere, dicha legitimidad no se adquiere de una vez para siempre (ni es, por tanto, un cheque en blanco), sino que debe mantenerse. Ello, sin perjuicio que de haberse sabido estas prácticas, seguramente las últimas elecciones hubieran tenido un resultado muy distinto. Por eso, seguir en esta verdadera burbuja legislativa no hará más que empeorar nuestra ya difícil situación.
Max Silva Abbott
Doctor en Derecho
Profesor de Filosofía del Derecho
Universidad San Sebastián
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