Una creciente falta de control

A pesar de que al menos de manera teórica el triunfo de las ideas constitucionales y democráticas hayan contribuido a regular y controlar al poder dentro de un Estado (mediante el establecimiento de reglas para la actividad de los gobernantes y su elección periódica), estos mecanismos se encuentran hoy en una profunda crisis, entre otras razones, por el surgimiento de nuevas instancias de poder en el ámbito internacional, que le están arrebatando más y más autonomía a los países y por tanto, libertad a sus habitantes.

            En efecto, desde una perspectiva jurídica (dejamos de lado otras miradas, como la económica o la política), se ha ido consolidando y teniendo cada vez más influencia un Derecho internacional que va abarcando de manera creciente más y más materias que afectan a los Estados (como en temas de salud, sin ir más lejos), difícil de prever hace pocos años.

            En este sentido, puede muy bien hablarse del surgimiento de un poder internacional aún difuso, distribuido en un cúmulo de organismos abocados a los asuntos más dispares, ante los cuales los Estados incluso rinden cuentas, a fin de no ser considerados un paria a nivel global.

            Sin embargo, el gran problema es que el actuar de estos organismos adolece de una notable falta de control, lo que, en el fondo, les otorga un enorme poder.

            En efecto, a nivel internacional no hay nada parecido a las exigencias que debe cumplir cualquier Estado mínimamente decente: no existe una división de poderes o de funciones que al menos en teoría haga que se vigilen y contrapesen entre sí; tampoco parece haber un Estado de Derecho, es decir, que tanto gobernantes y gobernados estén sometidos a las leyes, al actuar estos órganos con notable libertad; y finalmente –y la lista no pretende ser exhaustiva–, tampoco se cuenta con alguna clase de control popular sobre los integrantes de estos organismos: la ciudadanía no tiene ninguna injerencia en su nombramiento, no responden por su gestión una vez finalizada ésta, y de manera más profunda, esta ciudadanía casi no es consciente de su existencia.

            Sin embargo, pese a todas estas falencias, que resultarían inaceptables respecto de las autoridades internas de un país (o tal vez gracias a ellas), estos variados organismos terminan influyendo o incluso determinando los destinos de cientos, e incluso a veces de miles de millones de personas. Y sin que exista, se insiste, un mínimo control sobre su actividad.

            Todo lo antes dicho muestra que el poder, cuya esencia es crecer mientras pueda, siempre buscará llegar mas lejos, venciendo los obstáculos y trabas que lo molesten. Por eso, tal como el agua busca su cauce por los caminos más inusuales, el poder hará todo lo que esté a su mano para consolidarse. Y en el fondo, lo que ha ido ocurriendo, es que, ante el intento de regularlo y dividirlo a nivel estatal, ha subido un peldaño, al nivel internacional, para seguir creciendo.

            Es por eso que los actuales instrumentos con que se cuenta para limitarlo resultan cada vez más obsoletos, pues el problema hoy no radica tanto (aunque también) en el ámbito interno, en el de los Estados: el verdadero problema del poder se encuentra en el ámbito internacional, en que al menos por ahora, este poder se encuentra prácticamente a sus anchas.

Max Silva Abbott

Doctor en Derecho

Profesor de Filosofía del Derecho

Universidad San Sebastián

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