Una curiosa obsesión

A veinte años de la Conferencia de El Cairo sobre Población y Desarrollo, la ONU, diferentes organismos internacionales y algunos países desarrollados, siguen empeñados, casi como si no hubiera otras cosas por las que preocuparse, por imponer el aborto en todo el mundo.

Por supuesto, lo anterior no puede decirse de una manera tan cruda; y el lenguaje manipulado sigue siendo una de las principales armas para conseguir sus objetivos, al hacer más borroso su mensaje, pero no por ello menos eficaz. Y como es sabido, la terminología oficial para esta verdadera cruzada de la muerte son los llamados “derechos sexuales y reproductivos”. Por eso hay que decirlo claro: la salud sexual y reproductiva incluye al aborto en mente de sus promotores, aunque no lo digan.

De esta manera, estos “derechos” –léase: elevar el sexo a divinidad indiscutida y sumir al mundo en un pansexualismo– se están tomando el corazón de los derechos humanos, que hoy distan mucho de lo que se declaró en 1948, aunque la nomenclatura siga más o menos intacta; es lo que se consigue cuando las palabras han sido vaciadas de sentido.

¿Por qué tanta insistencia en esto, sobre todo con los países pobres? Lo anterior es especialmente llamativo en África, aquejada por muchísimos males bastante más preocupantes que los derechos sexuales y reproductivos. Mas sus promotores aseguran que ellos son fundamentales para alcanzar un desarrollo “sustentable”. La pregunta es para quién resultará “sustentable” una situación semejante.

Lo anterior, porque la mayor riqueza de los países es su población, a condición que se encuentre mínimamente formada. Y tal vez aquí se encuentre una de las claves de tanta insistencia en universalizar el aborto, que bien puede considerarse el principio del fin para una sociedad.

Esta razón apunta a que, fruto de haber adoptado políticas similares a las que ahora promueven para otros, muchos de los países del primer mundo sufren hoy un galopante envejecimiento de sus poblaciones, con lo cual, su peso a nivel internacional seguramente irá menguando a lo largo del presente siglo. De ahí que sea una razón geopolítica –entre otras– la que pareciera motivar esta verdadera obsesión por aniquilar gente: evitar que esos países se fortalezcan y cambie el peso de unos y otros en la balanza internacional.

No es la única razón, se insiste –otra, repetida hasta la saciedad, pero completamente falsa, es la Ley de Malthus–, pero resulta muy llamativo que en vez de financiar programas de educación, infraestructura o dirigidos a auténticos problemas de salud, se destinen miles de millones de dólares a financiar anticonceptivos y abortos a granel.

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