Constituye una verdadera desgracia los excesos a los que ha llegado la Suprema Corte de Justicia de la Nación, desde aquella nefasta decisión de no considerar el aborto como inconstitucional y que había aprobado la Asamblea Legislativa del Distrito Federal en abril de 2007.
Ahora ha validado la siembra y consumo recreativo de la mariguana y, lógicamente, está abriendo la puerta para que se permitan, en relativamente poco tiempo, el consumo y la compraventa indiscriminada de todo tipo de drogas.
Quien necesita desesperadamente de una droga -porque se ha convertido en un adicto- la consigue al precio y del modo que sea. Es decir, ya no le importa para calmar su ansiedad y consumir cuanto antes el estupefaciente, si tenga que mentir, robar, asaltar, golpear, asesinar, etc.
Sabemos además, que una droga como la mariguana, en poco tiempo ya no satisface plenamente al drogadicto, sino que el afectado comienza a sentir la imperiosa necesidad de «nuevas y más intensas experiencias».
Pertenezco a la generación de los años sesenta, en aquellos años en que el movimiento «hippie» -procedente, en sus inicios, de San Francisco, California, y que luego se extendió por muchos países del mundo- puso de moda el LSD, el peyote, los hongos alucinógenos y las demás drogas.
Recuerdo que un considerable número de compañeros de una Preparatoria en Cd. Obregón, Sonora, población donde yo vivía y estudiaba, se fueron a tomar cursos veraniegos de inglés, y algunos -no todos, por supuesto- retornaron completamente «convencidos» que era «maravilloso realizar frecuentemente esos viajes mágicos y psicodélicos». De esta manera, numerosos estudiantes del noroeste y de muchas otras partes del país, adquirieron la costumbre de consumir y mezclar, en las fiestas y reuniones sociales, diversas drogas con alcohol.
Para los que no les tocó vivir esa época, les relato que fue sumamente dramático y doloroso el observar cómo murieron tantos jóvenes por sobredosis de drogas; otros, «se quedaron arriba»-como se decía, en ese entonces, coloquialmente-, es decir, sufrieron de un grave daño neuronal, de tal manera, que nunca volvieron a la realidad, o bien, quedaron en calidad de «vegetales», o como «niños con escasos años de edad» y, hasta la fecha, sus familiares ¡los tienen que vestir, lavar, alimentar, cuidar, como si fueran bebés! Porque no se pueden valer por sí mismos y se encuentran permanentemente como ausentes o enajenados.
El trágico resultado fue que muchas vidas terminaron truncadas: con un considerable número de muertes prematuras por sobredosis (incluso cantantes, compositores, actores, modelos, etc.); muchos abandonaron sus estudios universitarios porque perdieron su capacidad de concentración y sus facultades mentales; otros, se convirtieron en vagos y parásitos de la sociedad; algunos más, lamentablemente se suicidaron…
Y, después de estos sucesos, sus familias quedaron sumidas en un profundo y desgarrador dolor, porque todos esos sueños de que sus hijos serían profesionales destacados, brillantes; buenos esposos y padres de familia, y que trabajaran por el bien de la sociedad; de pronto, todos esos ideales, quedaron anegados en una tremenda frustración, amargura y en un desastroso lodazal de “sueños rotos”. Puedo afirmar -sin temor a equivocarme- que, con ese indiscriminado consumo de drogas, se generó en la juventud una confusión de valores bastante pronunciada.
Aclaro que a mí no me contaron esos hechos, sino que fui testigo presencial, de todo esto que narro, porque además visité muchas clínicas de rehabilitación de las adicciones y he tenido numerosas entrevistas con psiquiatras y neurólogos de México y España. Después de un trabajo de investigación de varios años, escribí -en coautoría con el Psiquiatra, Dr. Ernesto Bolio y Arciniega- una novela en la que detallamos -junto con otros trastornos emocionales de nuestro tiempo- algunos de estos lamentables sucesos y que fue publicada con el nombre de «Vencedores», esforzándonos por hacer una selección de pacientes que lograron superar sus adicciones, porque preferimos darle al texto un enfoque positivo y optimista frente a la decidida y dura batalla que los pacientes tienen que librar contra las fuertes cadenas de las adicciones (por cierto, en breve, saldrá la segunda edición de esta novela, en “PANORAMA EDITORIAL”).
Pero volviendo al tema inicial, me parece que los Ministros de la Suprema Corte de Justicia han procedido de una manera poco seria, que desdice de la alta investidura que la nación les ha otorgado. Ni siquiera han solicitado escuchar a los especialistas o expertos en estas materias: no quisieron enterarse sobre qué opinaban los prestigiados psiquiatras que atienden a estos dramáticos casos ni a los psicoterapeutas de los numerosos centros de adicciones. Tampoco fueron consultados los padres de familia ni los profesores de los centros educativos de enseñanza media y superior ni se atendió a la voz de los orientadores familiares de los diversos puntos de la geografía del país. Sin duda, todos ellos poseen abundantes y enriquecedores testimonios y comentarios que pudieron haber brindado a los Ministros y a la ciudadanía.
Pero la mayoría de los Ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación -desde luego, no todos- han optado por tomar la determinación -en forma parcial e injusta- de validar la siembra y el consumo recreativo de la mariguana, sin que parezca importarles demasiado las gravísimas consecuencias sociales que sobrevendrán, sobre todo, en la niñez y en la juventud mexicanas.
Las preguntas que quedan flotando en el aire son: “¿Era ‘lo políticamente correcto’ el haberse inclinado por esta radical decisión? ¿Por qué actuaron con tanta preciptación? ¿Quiénes resultarán económicamente más beneficiados con estas medidas?”
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