«La blasfemia, por ser pecado directo contra Dios, supera al homicidio, pecado contra el prójimo. El blasfemo, que tiene la intención de denigrar al honor divino, peca más que el homicida». Santo Tomás de Aquino
En recientes días la Universidad Nacional de Cuyo en Argentina albergó la muestra de arte feminista “8M Manifiestos Visuales” de la artista plástica Cristina Eliana Pérez. Dicha muestra fue inaugurada el 7 de marzo en el Espacio de Arte Luis Quesada, realizada por personal docente y estudiantil de la Facultad de Artes y Diseño dentro de la Rectoría de la universidad; a decir de sus organizadores. Había sido ya cuestionada públicamente por la Arquidiócesis de Mendoza por la ofensa realizada a la fe católica; de la misma manera, el 20 de marzo, un grupo de “fanáticos religiosos” ingresaron al lugar destruyendo las obras expuestas, ante lo cual la artista en cuestión dijo: “Nos quieren silenciar, no quieren que nuestras voces se escuchen. No podemos tolerar la intolerancia”. Otros más repudiaron este acto solicitando se “garantizara la libertad de expresión, dentro y fuera de la Universidad”.
Pero ¿cuál era el contenido de dicha exposición que causó indignación? La muestra reflejaba la genitalidad femenina, contenía figuras de vulvas mezcladas con la imagen de la Santísima Virgen, otra más donde aparece el cuerpo de una mujer desnuda con la cabeza cubierta, martirizada en una cruz. Todo apunta que el Prof. Daniel Giaquinta que dicta cursos de filosofía y oratoria conminó al grupo de más de 50 personas a rezar en latín a fin de exorcizar el lugar. Ante las acusaciones de intolerancia y querer silenciar, cualquiera con un poco de honestidad sabe que el feminismo radical tiene aparadores de sobra para exponer su pensamiento radical y muchas veces ofensivo. La Arquidiócesis de Mendoza que antes se había manifestado contra la exposición, después de que católicos entraran a destruir las obras, emitió un comunicado donde manifestaba lo siguiente:
“Repudiamos este acto de violencia física hacia las obras allí expuestas. Nos solidarizamos con las artistas que vieron afectado el fruto de su trabajo y esfuerzo. Volvemos a llamar a la concordia y la paz que se pierde en los extremos, cuando dejamos de percibir que detrás de una obra o detrás de un símbolo religioso hay personas que tienen creencias o ideologías que no deben ser violentadas, ridiculizadas o agraviadas. Lamentamos el accionar de personas que viven su religiosidad como en tiempos oscuros, que tan dolorosos han sido para la humanidad”.
A este respecto hay que recordar que la blasfemia viola el honor de Dios, por tanto, no es arte sino burla de la más execrable, venga de quien venga. Lo realizado por aquellos que destruyeron las imágenes blasfemas es lo mínimo que se espera de un católico ama su fe; esto no es radicalismo, ni acto violento, simplemente pregúntese: ¿Destruyeron las instalaciones? No. ¿Golpearon a alguien? No. ¿Pintarrajearon o profirieron obscenidades contra los autores de la exposición? No. El único objetivo fueron las obras blasfemas, tacharlo de acto violento es poco honesto, sepa diferenciarlo. Referente a vivir la religiosidad como en tiempos oscuros valdría preguntar a qué se refieren, dado que la historia de la Iglesia Católica ha sido totalmente tergiversada por el mundo y muchos católicos –clero incluido- han creído cada leyenda negra, sintiéndose avergonzados sin razón alguna. Pero la ignorancia siempre tiene solución, cuestión de voluntad para vencerla.
Por otro lado es de capital importancia saber qué es la blasfemia, cómo se manifiesta y por qué resulta tan ofensiva. La blasfemia consiste en decir palabras o hacer gestos injuriosos contra Dios, la Virgen, los santos o la Iglesia. Y ésta puede ser:
Asimismo se distingue según el modo en que haya sido expresada:
Con deliberada voluntad, la blasfemia es pecado grave, que no admite parvedad de materia (si alguien comete blasfemia, no hay blasfemia grave o blasfemia leve, todas son graves). Supone una subversión total del orden moral, el cual culmina en el honor de Dios, y la blasfemia intenta presuntuosamente deshonrar a la divinidad. Debe precisarse que los hay quienes profieren formalmente la blasfemia y otros que sin proferirla se hacen muy culpables en esta materia: los que la provocan o aplauden, y los que pudiendo impedirla, la toleran; los que publican diarios, revistas, folletos u otras producciones impías y blasfematorias, los que las leen con complacencia, y aún aquellos que sin leerlas favorecen a la publicación y cooperan a ella suscribiéndose.
Cuanto más conscientes seamos del honor divino, más amaremos a Dios como es debido, un amor que ha de exteriorizarse en el mundo a través del pensamiento, la prensa, la cultura, y en casos severos, la destrucción concreta de una ofensa. Ante la duda de nuestro actuar, no hay más que recordar lo que Santo Tomás de Aquino decía:
«Si soportar las injurias que nos alcanzan personalmente (y respetar a las personas que lo profieren) es un acto virtuoso, soportar las que atañen a Dios es el colmo de la impiedad»…
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