Haciendo unos estudios y preparando unas clases, me percaté de que la Envidia, catalogada como uno de los pecados capitales del ser humano, es una inclinación a obrar mal pero que traemos de manera natural. La envidia la tenemos innata, desde que somos niñitos la sentimos. Sobre todo cuando los padres no sabemos guiar a nuestros hijos y equivocadamente creamos envidias entre los propios hermanos comparándolos.
Hecho que me remite a los albores de la humanidad cuando dos hermanos, uno era pastor y el otro cultivaba tierra, cometieron el primer acto de envidia de todos los tiempos. Caín y Abel hijos de Adán y Eva, uno era el labrador que ofrecía al Señor dones de los frutos de su campo, y el segundo era pastor ofrecía primicias y la grasa de las ovejas, pero a los ojos de Dios era más grata la ofrenda de Abel y Caín se enfureció, lo que lo invadió de aquél sentimiento espantoso de envidia y no sólo lo sintió sino que lo consintió.
Es decir, permitió que la envidia como serpiente maligna se enroscara en su corazón y lo mordiera. No obstante, no sólo dejó que la envidia se lo comiera vivo sino que se llevó a su hermano al campo y fue así que cuando se encontraron solos, Caín mató a su hermano Abel. Era su propia sangre. Fue el primer crimen. La primera sangre derramada no fue de enemigos ni de extraños, fue de hermanos.
La envidia borró todo vestigio de amor, toda ternura y dio paso a un odio casi irracional, furia vesánica que lo llevó a cometer tan horrible crimen. Sin embargo, han pasado ya varios siglos, ya transitamos por el siglo XXI y la sangre de Abel sigue manchando las manos de Caín. Seguimos viendo, quizá ahora más que nunca, como los hermanos se matan y las madres matan a sus hijos. Esos terroristas, Caínes del tiempo moderno, siguen llevando serpientes del mal en su corazón y ponen bombas que desgarran la carne se sus hermanos dejándolos sin vida.
Entonces, si la envidia la traemos de manera natural en nuestra esencia ¿qué podemos hacer para remediarla? ¿Cómo podemos luchar en contra de ella? ¿Qué debemos de hacer para que al momento de sentirla no consentirla? Porque la envidia una vez que aparece, es como esa serpiente que nos aprieta el alma y nos muerde el corazón. Es preciso luchar contra ella, contra este vicio de las almas pequeñas y viles, y sólo hay algo que la puede someter; El Amor.
Nos hace falta el amor a nuestros semejantes, amar a nuestros enemigos se nos dice en las Escrituras, pero ni siquiera a nuestros amigos amamos. Porque hay rencor y envidia en las familias, entre los hermanos, entre vecinos, entre países y entre gobernantes. Porque los mismos padres provocamos la envidia en nuestros hijos, olvidamos enseñarles la caridad, olvidamos enseñarles a alegrarse por el bien de los demás, y en su lugar los comparamos y les damos mal ejemplo al envidiar lo que no tenemos.
Debemos de ser testimonio de amor, debemos de enseñarles a imitar lo que envidian, es decir, que quieran de una manera honesta querer ser mejores personas. Que admiren a un líder, que no lo envidien, que quieran crecer al servicio de los demás, y no con el afán de pisotear a los otros. Debemos de mostrarles que cuando elijan a un héroe sea uno bueno, que quieran equiparar. La generosidad y la caridad, no vienen innatas como la envidia, menos en un mundo materialista como en el que vivimos, es imprescindible que se fijen en lo que los haga mejores personas. Y es imprescindible hacernos una pregunta: ¿A quién admiro para imitar sin envidia, sin afán de pisotear?
Personalmente para este artículo pensé en JESÚS DE NAZARETH, porque fue un líder que, en esencia, contrató a doce personas sin experiencia y las desarrolló hasta convertirlas en líderes que pudieran continuar su obra cuando él ya no estuviera de cuerpo presente. Cuando la gente le hacía preguntas, sus respuestas siempre dejaban ver que su corazón estaba al servicio de los demás: ¿Cómo lidera? «Siguiendo» ¿Cómo puedo ser el primero? «Siendo el último». Dijo también que él había venido a servir, no a ser servido. Simbolizó toda su filosofía de liderazgo al servicio de otros en la Última Cena, en donde lavó los pies de los discípulos y les dijo, así como yo he hecho por ustedes, ustedes deberían hacer por otros. Hablaba constantemente sobre el futuro. Comprometió a sus seguidores. Continuamente retaba a la gente no sólo a cambiar ellos mismos, sino a cambiar a los demás y también a sus organizaciones. Le importaban tanto las personas como los resultados. Y sin duda alguna encarnaba los VALORES.
Muchos a mi Twitter me escribieron que les gustaría imitar a Juan Pabo II, a Nelson Mandela, a Tomás Moro, me dijeron muchos líderes que vale la pena seguir, sin embargo alguien me dijo que le hubiera gustado conocer a Adolf Hitler, quien ciertamente fue un líder, pero con una gran serpiente anidada en su corazón, que si algún día tuvo amor, ésta lo devoró completamente, y ¿por qué fue?
Porque consintió esa envidia, que la tornó en rencor y en resquemor que finalmente volvió a manchar las manos de sangre de Caín. Yo los invito con este escrito a pensar en lo que les da coraje, en lo que les da envidia, y que lo utilicen como una fuerza positiva, que lo conviertan en algo que los mueva a superarse de manera honesta.
Sin buscar nublar y pisotear a aquél a quien le tienen celos, sino que imiten aquello que quisieran ser o tener, y que busquen alcanzar ser igual o mejor que lo que admiran. Puesto que en cierta forma aquello que envidiamos, es porque lo admiramos y quisiéramos ser, tener o hacer.
Vamos enseñándoles a nuestros hijos a imitar líderes que hayan vivido al servicio de los demás y nosotros debemos comenzar por demostrar con el ejemplo, seamos padres que prediquen con generosidad y caridad, y sobre todo nunca comparen a los hermanos porque esto seguramente promoverá envidia entre ellos. Muévanlos con el amor a alegrarse de las bondades que cada uno pueda tener, que aprendan a sentir alegría por las cosas que no son o no tienen, con la simple intención de que sepan desprenderse de lo que no les corresponde y así sean personas felices de verdad.
Nos leemos pronto para no quedarnos atrás y ver hacia delante.
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