En 1961, cuando el Presidente de los Estados Unidos, John Kennedy (1917-1963) declaró ante la Sesión conjunta del Congreso y el Senado: “Creo que esta Nación debe asumir como meta el lograr que un hombre vaya a la Luna y regrese a salvo a la Tierra antes del fin de esta década”, no lo decía de manera improvisada ni tampoco era una mera frase retórica. Sabía que contaba con el apoyo de un poderoso grupo de científicos que podrían hacer realidad ese sueño, entre ellos -sin duda- destacaba la figura de Wernher Von Braun (1912-1977).
Von Braun había nacido en Alemania (ahora territorio polaco) y desde pequeño tenía un gran interés por la astronomía. Con las novelas de Julio Verne y H. G. Wells alimentaba en su imaginación las posibilidades de la exploración espacial. Siendo ya joven, se doctoró en Física y en Ingeniería Aeroespacial en la Universidad de Berlín.
Hacia fines de los años veinte, antes de la llegada al poder de Adolfo Hitler, se enroló en el ejército alemán para desarrollar grandes cohetes. Su éxito más sonado fue la fabricación de los cohetes “V2” durante la segunda conflagración mundial. Este importante descubrimiento supuso el nacimiento de la era espacial.
Al término de la Guerra, en 1945, entró en contacto –junto con otros 500 científicos de su equipo- con las fuerzas Aliadas. Muy pronto, fueron invitados a continuar con sus investigaciones de vanguardia y, para ello, se trasladaron a una base militar en los Estados Unidos con el objetivo de desarrollar misiles balísticos. Por esos años, a Von Braun se le concedió la nacionalidad estadounidense.
A partir de 1960, fue nombrado Director del Centro de Vuelo Espacial Marshall de la NASA y le fue encomendada la construcción de los gigantescos cohetes “Saturno” –dentro del Programa “Apolo”- que comenzaron a obtener importantes logros en la aeronáutica espacial. El 20 de julio de 1969, con el cohete más grande de ellos, “Saturno V”, consumó un hecho histórico para la humanidad: puso al hombre en la Luna.
Recuerdo haber leído varias entrevistas y reportajes sobre Von Braun, a mediados de los años sesenta. Tenía una personalidad arrolladora que entusiasmaba a los lectores cuando exponía sus teorías sobre el futuro que le esperaba a la humanidad en materia de aeronáutica y viajes espaciales. Muchas de sus predicciones ahora se han cumplido.
Pero, indudablemente, lo que más me maravilló de este científico -en medio de su notable sabiduría y profundos conocimientos sobre esta moderna especialidad-, fue que no se llenó de soberbia y jactancia por los éxitos alcanzados, sino que conservaba la sencillez y la humildad para hacer otros importantes descubrimientos y darlos a conocer a la opinión pública, esto es, reconocer la mano del Creador detrás del Universo.
Afirmaba este científico: “Los vuelos espaciales tripulados son un logro asombroso. Pero hasta ahora, esto nos ha abierto sólo una pequeñísima puerta para ver los alcances imponentes del espacio. La vista que obtenemos a través de esta ranura de los vastos misterios del Universo, sólo confirma nuestra creencia en su Creador.”(…)
“Sin embargo, hasta ahora, con cada nueva respuesta hemos descubierto nuevas interrogantes. Cuanto mejor entendemos el plan maestro para las galaxias, más razón hemos hallado para admirarnos ante la maravilla de lo que Dios ha creado.”
Y Von Braun se preguntaba: “¿Por qué creo en Dios? La razón principal es ésta: una cosa tan bien ordenada y perfectamente creada -como lo son nuestra Tierra y el Universo- tiene que tener una Hacedor, un diseñador magistral. Una cosa tan ordenada, tan perfecta, tan precisamente equilibrada, tan majestuosa como esta creación sólo puede ser el producto de una idea divina. Tiene que haber un Hacedor, no puede ser de otro modo”.
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