En el contexto terapéutico el «arma» más grande del terapeuta es el diálogo, y es a partir de este diálogo como se busca que el paciente (o el cliente) caiga en insights, haga consciente lo inconsciente, se dé cuenta de que él tiene las respuestas, y a raíz de estos descubrimientos su vida dé un cambio de 180 grados.
Durante el esplendor griego, Platón planteó la posibilidad de que el gobierno esté sujeto a personas sabias bajo el supuesto de que el conocimiento es el fundamento de toda buena acción.
La escuela – y la enseñanza – tradicional está también enraizada en esta concepción. Como una avalancha se vuelva el conocimiento sobre la mente de los estudiantes, quienes buscan atrapar todo aquello que le sea útil para sí. Al final, lo que se considera importante es la adquisición de esa sabiduría legendaria que nos hará contener todo ese saber en nuestras juveniles mentes.
¿Será acaso que el conocimiento es una condición suficiente para reflejar cambios?
Estudios de aquí y de allá han descrito la diferencia que puede llegar a existir entre alumnos que acaparan el conocimiento y aquellos que llegan a tener un «perfil bajo», es decir, que están a media tabla en promedios de calificación, especialmente en el desempeño ya en el ámbito laboral. Algunas de las conclusiones a las que llegaron dichos estudios, afirman que aquellos alumnos que no destacaron como estudiantes en el colegio (tradicional), sobresalieron como profesionales; mientras que los que presentaron calificaciones sobresalientes, tenían dificultades en el ámbito del trabajo. ¿Cuál es la explicación?
Antes que nada habrá que hacer una acotación. Este fenómeno no ocurre en el cien por ciento de los casos, es decir, no todos los que están en media tabla destacan a nivel laboral, ni todos los que sobresalen en la escuela tradicional tienen dificultades en el desempeño en el trabajo.
Retomando, ¿cuáles son las razones por las que podría estar dándose ese fenómeno? Una de las explicaciones dice que los llamados «inteligentes» en la escuela (tradicional) se enfocaron al desarrollo del área intelectual, es decir, aprendieron a memorizar, a leer en el menor tiempo posible, se enfocaron a adquirir conocimiento, pero se quedaron cortos en el desarrollo de habilidades sociales; mientras que los que sacaban notas «medias», sin descuidar sus calificaciones (al final de cuentas acreditaban sus materias), fortalecieron también habilidades sociales. ¿A qué va toda esta reflexión? A que quizás – y sólo quizás -, un aspecto relevante se deja de lado en la escuela tradicional que se enfoca únicamente al conocimiento. Vuelvo a replantear el cuestionamiento previo, ¿es acaso el conocimiento condición suficiente para impactar en la persona?
Para el caso de la propuesta filosófica hecha por Platón, en el supuesto de que los sabios serían los mejores gobernantes dado que conocen sobre la bondad, la belleza y el bien. En nuestra actualidad, podemos preguntar si tales habilidades son elemento suficiente para gobernar un país, o en menor grado, liderar un equipo o una empresa. Lo que se ha descubierto hasta ahora, en relación a los líderes de cualquier ámbito, es que destacan en habilidades que les permiten interactuar con muchas personas, mantener un orden y contro de sus procesos, delegar, dirigir, entre otros, es decir habilidades que implican actos.
Planteando de nueva cuenta la idea del trabajo terapéutico, las diversas escuelas psicológicas tienden al conocimiento, con la clara excepción de la teoría cognitiva-conductual (que se va al otro extremo), es decir, el objetivo de muchas corrientes psicológicas es fincar el conocimiento necesario en las personas para que, gracias a dicha información empiecen a reflejar cambios en aquello que quieran mejorar. Sin embargo, habría que preguntarnos ¿cuántos, en verdad, ya sabiendo lo que saben, hacen cambios en su vida? Mi reflexión quiere hacer una invitación a buscar ese equilibrio entre conocimiento y acción.
Existe una cita bíblica que manifiesta que «El Verbo se hizo carne», a la que he hecho una pequeña modificación para intitular este artículo, con el objetivo de manifestar que incluso en una visión religiosa Dios se hizo humano para llevar a cabo un cambio en la historia de la humanidad; es decir, desde mi interpretación, Dios dejó de ser verbo (palabra) y se volvió acto (carne), ya que así incidía verdaderamente en el mundo material.
Independientemente de alguna confesión religiosa, o aconfesión, lo relevante son las acciones que se puedan llevar a cabo para, realmente, fincar un cambio en la vida de las personas, sin menoscabar la responsabilidad personal que toda persona tiene.
Desde la logoterapia es importante no sólo apoyar al paciente para el descubrimiento de su sentido de vida, sino establecer las primeras acciones (siempre decidiendo la persona a la que acompañamos) para llenar su vida con sentido. Habrá que cuidar no reflejar nuestro propio sentido en ellos. Porque son las acciones las realidades que se reflejarán en este mundo, claro, teniendo como base la reflexión previa. Un justo equilibrio.
Contacto: edgardo.flores@live.com.mx
Blog: http://edgardoflores.blogspot.com/
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