¿Y si la Iglesia cambiara?

De cara al nuevo cónclave, muchos esperan que por fin surja un pontífice que adapte el mensaje de la Iglesia a los nuevos tiempos, para recuperar el terreno perdido y tener éxito en su misión.

Ahora bien, imaginémonos por un momento que ello ocurriera, y que en un acto de “apertura”, la Iglesia cambiara alguna de las materias que tanto escozor causan en vastos sectores, por ejemplo, en materia de anticoncepción o de aborto. ¿Qué pasaría?

Bueno, es de presumir que ante tal evento, las alabanzas y gestos de alivio serían abrumadores, viendo en este cambio una tabla de salvación para la institución entera. Con todo, también es muy probable que a la par, existieran furiosas recriminaciones y ataques, en razón de haber sido tan “tozuda” y no reconocer su “error” antes. Pero además, de inmediato comenzaría un cúmulo de exigencias para modificar los restantes puntos de la tabla, en una avalancha que no cesaría hasta haber convertido a esa Iglesia en un simple reflejo del sentir de la –supuestamente– mentalidad dominante, que parece no tolerar que alguien piense distinto a ella.

De esta forma, se tendría una Iglesia a la orden del día, porque evidentemente, ya no habría materia que no debiera ser retocada ante cualquier gesto de molestia de esa mentalidad actual. Con lo que en definitiva, ella sería un simple títere que se mueve al son de los tiempos.

Sin embargo, ¿tiene sentido una Iglesia y más aún, una religión que sólo satisface los caprichos de la mentalidad supuestamente dominante? En realidad no, puesto que la verdadera búsqueda de “lo religioso” apunta a una instancia superior al hombre mismo, y en cierta medida, una realidad mistérica. En caso contrario, sería pura autoalabanza, como ocurría con la “diosa razón”, de la Revolución francesa. Incluso, esta pseudo religión, pura creación humana, podría hasta ser clausurada, de quererlo así la mentalidad dominante.

Es por eso que este deseo de algunos de cambiarlo todo sería, ni más ni menos, que la destrucción no sólo de la Iglesia, sino de la religión.

Lo anterior explica que la Iglesia no pueda cambiar en lo fundamental, precisamente porque ella es custodia de un mensaje que tiene muchos indicios de ser revelado por un ser superior (en efecto, ¿imagina alguien que la Biblia pueda ser sólo fruto de la imaginación de un pueblo de pastores, como era Israel hasta hace dos mil años?), lo que explica que aún hoy existan pasajes oscuros y poco comprendidos, o que haya surgido una riqueza casi infinita a partir de los que han podido develarse con el auxilio de la razón humana.

Lo anterior explica esta “tozudez” de la Iglesia, que no puede ser infiel al mensaje que cuida y debe anunciar, y que fruto de su análisis, descubre y defiende la sagrada dignidad del hombre hecho a imagen y semejanza de Dios.

 

Max Silva Abbott

Doctor en Derecho

Profesor de Filosofía del Derecho

Universidad San Sebastián

Chile

 

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