Una reflexión sobre la amistad…

“La amistad verdadera consiste en perfeccionarse mutuamente y conducirnos más cerca de Dios” (Santa Teresa de los Andes)

Suele decirse que amigos hay muchos; incluso que no importa si profesan otra religión, que lo importante es el respeto mutuo y que cada quien puede creer lo que quiera; ergo lo demás no importa. La «libertad y el respeto» está por encima de todo, es decir la fraternidad sin más. Tal afirmación no podría causarme más que hilaridad por cuanto refleja el poco o nulo discernimiento en las relaciones sociales.

A través de mi vida he tenido amigos de un peculiar abanico: sectarios cristianos, liberales hijos de masones, homosexuales, ateos e izquierdosos y desde luego, católicos. La amistad de los primeros fue cultivada en un tiempo en el que estuve alejada de mi fe católica, un período caótico. Tales amistades no pudieron resistir el embate ya no del tiempo, sino de una diferencia de pensamiento que se hizo cada vez más evidente cuando de repente esgrimían argumentos contra Ella y yo (aún indiferente) reaccionaba en su defensa al instante y como podía, sintiendo fuego en el corazón. Las preguntas que rondaban mi mente eran: ¿De dónde venía éste fuego? ¿Por qué no podía guardar silencio?

La respuesta la hallé en lo que había recibido durante la niñez/adolescencia. Puedo decir a los padres de familia que, si logran inculcar a sus hijos la fe católica desde la más temprana edad al llevarlos a la Santa Misa o rezar el Santo Rosario, obligarlos si es necesario (no caigan en el error de ser débiles en este punto, particularmente cuando pululan aquellos que demonizan el obligar, ustedes son católicos y de sus hijos darán cuenta exacta a Dios); leer buenos libros, hablarles de las luchas libradas por la Iglesia para la salvación de las almas; de todo ello, créanlo algo queda tan arraigado al alma que ni los peores años de rebeldía y estupidez pueden borrar jamás. Nuestros padres pueden cometer infinidad de errores pero si son firmes en la cristianización de los hijos será algo incomparable a los ojos de Dios.

Bien, el común denominador de las mencionadas amistades fue el de atacar la fe católica durante alguna conversación simple hasta un debate deliberado; en uno o varios flancos, en uno u otro momento y cuando menos lo esperé, vino de amigos que consideraba entrañables. Esa lucha no la busqué (como todo católico light evitaba esos temas), simplemente llegó y en ese punto, -aunque no lo tengamos muy claro- quien rehusé el combate so pretexto de valorar más una amistad que a Dios y a la Iglesia, yerra terriblemente. Debemos saber que cuando el mundo habla de libertad de expresión y respeto al otro, nosotros los católicos no somos ese otro; se espera que nos quedemos callados bajo un discurso de tolerancia cuando insultan nuestra fe católica y los valores cristianos; se nos considera amables si guardamos silencio o en caso contrario somos unos fanáticos religiosos.

Ahora bien ¿todas las amistades son buenas? Absolutamente no. No importa lo que diga la delicada sensibilidad del discurso actual, jamás será lo mismo la amistad de un ateo, de un sectario cristiano, un izquierdista o liberal (por más buena persona que lo consideren los estándares del mundo) que la de un católico practicante y comprometido con su fe católica. La de los primeros queda irremisiblemente truncada en uno u otro punto; la del segundo, la fe le impele a entregarse cada día más a los demás. Es verdad, la amistad es necesaria al alma; pero dada la imperfección del ser humano, pocos son aptos para sostener una amistad sincera, genuina y fundada en Dios. Podemos tener en alta estima a nuestros amigos, pero Dios y la fe católica no pueden ser moneda de cambio jamás. Quien haya vivido algunos años y profesado su fe en público, sabe que la amistad de otro católico es radicalmente opuesta al mundo.

Ya sea de contactos en la red social o en la vida real, puedo decir que las amistades francas cultivadas la última década, han venido de otros católicos; y ello es tan gratificante y enriquecedor por cuanto sé del bien que buscamos, aun en nuestras diferencias y yerros. Así que ¿cómo saber cuándo una amistad lo es realmente? Para que una amistad sea bella, buena y verdadera, es preciso que nuestro amigo amé a Dios y a la fe católica antes que a nadie, porque solo de ese modo podrá amarnos como Él lo pide, encomendarnos a su misericordia, querer nuestro bien en todos los aspectos, principalmente en lo que se refiere a la salvación de nuestra alma. Desde luego es necesaria la congruencia con la fe católica y, aunque no es indispensable, ayuda el tener cierta afinidad e intereses en común.

Cuanto más alejados estamos de Dios, nuestros estándares se vuelven sumamente bajos y endebles, nos convertimos en estultos para la mayor parte de las cosas: elegimos mal desde la música, los libros que leemos, las conversaciones que sostenemos, las películas que vemos, hasta los amigos en quien confiamos, etcétera. Siempre es bueno recordar que en el sentido moral y cristiano, las amistades nos pueden subir o bajar. Adolescente o joven no se angustien si no encuentran amigos que compartan su fe y sus valores cristianos, hay más como ustedes en otros lugares y solo es cuestión de tiempo para que puedan conocerse; mientras tanto procuren practicar las virtudes para poder ser capaces de ofrecer el día de mañana una amistad real.

Pueden estar seguros de que una amistad será más profunda y duradera cuando tenga su fuente en Dios, Uno y Trino, cuando les una el deseo común de servirle en la salvación de las almas. La amistad así llega como un torrente que todo lo inunda y no hay poder humano que lo detenga, verdadero bálsamo para el alma, capaz de ayudarnos a curar heridas; sostenernos en las adversidades y conducirnos hacia Dios. La amistad es uno de los mayores tesoros, siempre esté ordenada a Dios. Deseo que usted experimente la dicha de una verdadera amistad, de amigos que compartan su misma fe católica y le amen como el Señor lo pide…

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