Hay un cuento espléndido de León Tolstoi que narra la historia de un matrimonio que vivía en un poblado de la Rusia del siglo XIX. Pertenecían a la clase media y vivían en un modesto departamento subterráneo en el que apenas se alcanzaban a ver los zapatos de los que caminaban por las calles. Era evidente que no estaban en condiciones económicas para hacer demasiados gastos. Pero el personaje central solía ser muy generoso con los pobres y menesterosos. Su mujer se enfadaba y le reñía, casi de continuo, por su conducta dadivosa. Pero el personaje se las ingeniaba para que, durante las ausencias de su cónyuge, continuara realizando obras de misericordia.
En cierta ocasión, mientras se encontraba trabajando en su departamento, observó que un hombre anciano cayó desvanecido por el intenso frío que hacía, ya que había nevado varios días seguido, y corría el peligro de morir congelado. De inmediato, subió por las escaleras, lo arrastró -como pudo- hasta su casa, lo acercó al fogón, le dio una sopa caliente y un reconfortante té.
Otro día, tocó a su puerta un mendigo que le pidió algo de comer porque llevaba tiempo sin ingerir ningún alimento. Nuestro personaje lo introdujo a su departamento, lo sentó a la mesa y le sirvió un suculento potaje con pan. Un tercero, estaba sentado en la acera, frente a su casa, pidiendo limosna a la gente que pasaba y, temblando de frío, con sus ropas húmedas por la nieve. El hombre generoso se apresuró a hacerle pasar a su hogar: le dio otras ropas secas, un grueso abrigo y le ofreció una bebida caliente con unas ricas mantecadas, mientras le colocaba una vasija con agua caliente para reanimar sus pies congelados. Y así sucesivamente…
Una noche tuvo un sueño muy real. Vio al mismo Jesucristo que le decía que todo lo que había hecho con esos pobres y mendigos lo había hecho con él. Y que era Él mismo quien se había acercado a solicitarle ayuda y, como había sido tan generoso, quería agradecérselo personalmente y le animó a que continuara haciendo lo mismo hasta el final de sus días porque le esperaría la Felicidad Eterna en el Cielo.
Tolstoi nos deja un precioso mensaje: todos estamos llamados a realizar obras de misericordia, incluso los que se encuentran en una situación económica modesta, porque siempre habrá gente todavía más necesitada y pobre que ellos.
Estas ideas me vinieron a la mente al leer la Bula del Papa Francisco al convocar al Jubileo Extraordinario de la Misericordia, titulado: “El Rostro de la Misericordia”, en el que recomienda vivamente a que todos los fieles realicemos numerosas obras de misericordia tanto materiales como espirituales, particularmente en este Año de la Misericordia: desde la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María (8 de diciembre de 2015) hasta la próxima Festividad de Cristo Rey (el 20 de noviembre de 2016).
¿Cuáles son estas obras? Las obras materiales son: 1) Dar de comer al hambriento; 2) Dar de beber al sediento; 3) Visitar y cuidar a los enfermos; 4) Entregar ropa y abrigo a quienes lo necesitan; 5) Atender con caridad a los que se encuentran de paso, con destino a otro lugar, o que, de momento, no tienen un hogar (inmigrantes y emigrantes); 6) Visitar a los que se encuentran en la cárcel; 7) Enterrar a los muertos.
Las obras espirituales son: 1) Enseñar al que no sabe; 2) Dar buen consejo al que lo necesita; 3)Corregir con caridad al que se equivoca en su conducta; 4) Perdonar las ofensas; 5) Consolar al triste; 6) Sufrir con paciencia los defectos de los demás; 7) Rogar a Dios por vivos y difuntos.
El Santo Padre desea que este año sea como “un detonador” para mover a las obras de misericordia a los millones de católicos en los cinco continentes, y que no concluyan con este año, sino que más bien sea como el inicio de una transformación espiritual interior de todos los fieles para tener una mayor sensibilidad hacia las personas que viven en pobreza extrema o en desamparo.
Alguien podría aducir, a modo de disculpa, que él personalmente no tiene “ni un minuto libre” como para ir a las zonas marginadas y hacer obras de misericordia ya que su trabajo le resulta sumamente absorbente. Pero a esa misma persona se le puede preguntar, “-¿Y acaso no tienes familiares, cerca de ti, que se encuentran enfermos o ancianos para ir a visitarlos y atenderlos con cariño?” O bien, “-¿No tienes amistades que están padeciendo una dura situación económica porque no tienen empleo, sabes que tienen la responsabilidad de sacar adelante a su familia y se encuentran tristes, abatidos o desesperados? ¿No podrías dedicarles parte de tu tiempo para brindarles el consejo adecuado que les devuelva el optimismo y la esperanza?” Y aquel compadre, primo o sobrino tuyos que no tuvieron la oportunidad de recibir una buena formación cristiana ni en su niñez ni en su adolescencia, ni tampoco recibieron la orientación acertada para dirigir bien sus pasos en el camino de sus vidas, que se encuentran bastante alejados de Dios, y que hace muchos años que no acuden al Sacramento de la Reconciliación, “-¿No podrías animarles para que se acerquen al Señor mediante una Confesión -bien hecha- y explicarles cómo pueden ganar la Indulgencia Plenaria y comentarles en qué consiste?”
Sin duda, que todos podemos realizar muchas obras de misericordia, si verdaderamente nos lo ponemos como una meta a lograr durante este Año de la Misericordia. Quizá te venga a la mente esta pregunta: “-¿Pero todo esto, no es más bien, tarea exclusiva de sacerdotes, religiosos, monjas, misioneros…?”. Y la respuesta es: -¡No! También es tarea de todos los fieles laicos del mundo entero, que comparativamente somos la gran mayoría, y el Papa Francisco espera mucho de nosotros. Así que mucho ánimo y como decía san Josemaría Escrivá de Balaguer: “Nadie lo hará por ti, tan bien como tú, si tú no lo haces” (Santo Rosario, 5to. Misterio Gozoso).
Aprovecho para desearles, a todos los lectores, una muy Feliz Navidad en compañía de sus seres queridos, acompañados de la amable y grata presencia de la Sagrada Familia, Jesús, María y José, ¡qué tantas lecciones nos dieron de amor, humildad, desprendimiento y servicio alegre a los demás!
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