¿Cómo tener mejor comunicación entre padres e hijos?

No hace mucho tiempo me comentaba un joven,  quejándose amargamente, sobre la relación con sus padres:

-No hay manera de convivir con mi padre. Cuando llego en la noche a casa de la Preparatoria, y él está en la sala leyendo el periódico o viendo la televisión, y siento deseos de contarle cómo me ha ido con las materias en la escuela y que, en general, he subido de promedio; o también que conocí a una chica guapa y simpática y que me gustaría que fuera mi novia; que en mi equipo de fútbol hemos ido ganando todos los partidos y probablemente lleguemos a la final y que por todo eso, estoy muy contento…

Me siento junto a él,  en el sillón, se voltea hacia mí, me hace un gesto como de saludo y con mirada indiferente  me dice:

-Hola, ¿cuánto dinero me quieres pedir para este fin de semana?

Aprovecho la oportunidad y le digo la cantidad que necesito. Pero añado:

 -Te quería contar que con mis materias en la escuela…

 Me interrumpe y me hace una observación:

 -¿Te fijas qué aburrida es la política y cuánta corrupción tenemos en este país? ¡Es el colmo! –Y, molesto, deja de leer el periódico. Inmediatamente enciende la televisión y comienza a pasar de canal en canal, hasta encontrar un programa que le resulta interesante.

 Vuelvo a la carga y le digo a toda prisa:

 -Papá, saqué la mejor calificación en Matemáticas en el concurso anual de toda la Preparatoria. ¡Estoy feliz! Y fíjate que acabo  de conocer a una chica preciosa en la última fiesta y, de inmediato, nos entendimos bien…

 Pero me contesta, con la mente ausente y ajena a lo que le dije:

 -¿Podrías ver si en el refrigerador hay una cerveza bien fría? Porque va a comenzar un excelente partido entre el Barcelona y el Real Madrid. ¡Va a estar muy bueno! ¿No lo quieres ver?

 Voy al refrigerador y le traigo la cerveza con un tarro y un destapador en una charolita y me dice:

 -¡Gracias, hijo!

 -A propósito de fútbol, papá, estoy seguro que en mi liga vamos a llegar a la final y probablemente seremos campeones, ¿cómo la ves?

 Y me responde con una pregunta que me desconcierta:

 -¿Tú le vas al Real Madrid o al Barcelona?

 -Me da igual-le respondí molesto. Me levanté y me fui a mi habitación bastante triste e irritado.

Mi querida madre –continuó su relato- es muy buena y servicial conmigo, pero le encantan las comidas y las cenas con sus amistades. Digamos que mis padres viven intensamente las relaciones públicas por los clientes importantes que él tiene en su empresa.

Pero el hecho es que vivimos como extraños bajo el mismo techo. Ellos siempre van a lo suyo. Desde luego, no me puedo quejar porque me dan todo lo que necesito: dinero, ropa, coche, viajes… ¡Pero jamás se sientan a escucharme, a tratar de comprenderme, “a ponerse en mis zapatos” y estoy harto con llevar este tipo de vida! A veces me dan ganas de irme a vivir a un departamento con unos amigos…

Esta conversación que he relatado es completamente real (con algo de recreación literaria) y, por desgracia, suele ocurrir en bastantes familias. Otras veces, como escribía en un artículo anterior, impera la violencia intrafamiliar donde todo se resuelve a base de “gritos, sombrerazos y hasta golpes” (físicos o morales, cuando se trata de insultos hirientes).

Hay un principio fundamental: los padres deben de interesarse de forma auténtica por sus hijos y para lograr una formación esmerada en sus virtudes y valores. La juventud es una etapa clave para redefinir y moldear aspectos de su personalidad.

Es necesario que cuando los adolescentes se hacen los grandes o aparentemente pequeños cuestionamientos de su vida y necesitan de la observación atenta, de la palabra oportuna, de captar a fondo lo que los chicos quieren plantear… ¿Para qué? Para saber comprenderlos, animarlos, corregirlos (si hace falta), ponerles metas ambiciosas en su vida, cuidar la selección de sus amistades…

Debe de haber una estrecha convivencia. Muchas veces los mínimos detalles en una hija o un hijo, pueden revelar la “punta de un iceberg”. Por ejemplo, ante comentarios superficiales e irónicos sobre el sexo; si en las fiestas comienzan a beber en exceso; si no les consultan sus planes de los fines de semana; o muchas veces no se sabe dónde localizarlos; o bien, a qué hora van a regresar de las fiestas; si les animan a concederle un lugar prioritario a las tareas escolares y a las horas de estudio antes de organizar planes de asistir a reuniones sociales; en caso de que  los hijos entren en exámenes parciales o finales, muchas veces habrá que cuestionarles el permiso de salir y preguntarles si dominan la materia y están en buenas condiciones de preparación como para que obtengan un buen promedio en sus exámenes y, como sucede a menudo, que logren conservar sus becas.

En esas temporadas de exámenes finales, muchas veces mis padres y los de mis amigos, nos negaban cualquier salida a reuniones sociales porque debíamos de concentrarnos en preparar satisfactoriamente todas las materias para lograr un buen promedio general. Y puedo asegurar que nadie “se traumó” por eso. Más bien, quedamos agradecidos porque eso nos ayudó a mejorar en nuestro promedio,  cara a las calificaciones para mostrar y ser admitido –sin problemas- en una futura carrera universitaria.

Los hijos tienen que notar que se les quiere; que si se enferman o se sienten mal de salud, los padres son los primeros interesados en acompañarles al médico y comprarles las medicinas necesarias; si un hijo

suele vestirse bastante desaliñado, acompañarle a comprar la ropa que necesita; si regresa con cara de preocupación de la escuela, en seguida, preguntarle qué es lo que le pasa y tratar de darle el consejo oportuno…

En definitiva, se trata de mantener un puente de comunicación entre padres e hijos; de transparencia, de sinceridad, de amistad, de generar confianza.

¡Qué lamentables son los informes que reportó el Instituto Nacional de Estadística y Geografía! En México, en las tres últimas décadas, la tasa de suicidios se cuadruplicó y el 42% de los casos se registraron entre jóvenes de 15 a 24 años de edad; otros fallecieron por asistir a un antro peligroso y murieron por agresión; 17,000 jóvenes han fallecido al año por accidentes automovilísticos, muchas veces mezclando “alcohol más volante” (confrontar los reveladores datos recogidos por Cinthya Sánchez en “El Universal”, 1-XI-13, sección “C”, “Metrópoli”, págs. 1 y 6).

La pregunta que queda en el aire es, ¿y dónde estaban los padres? ¿les dieron permiso para ir a ese antro inconveniente? ¿conversaron a solas con ellos para aconsejarles que no manejaran en estado de ebriedad? Si intuían que estaban consumiendo drogas, ¿por qué no abordaron, en privado, ese tema con ellos? Si una hija que se suicidó y llevaba varias semanas introvertida, hermética y triste, ¿por qué no se le buscó amistosamente para preguntarle qué le ocurría? Si la hija o el hijo quedaron de regresar a una determinada hora de la fiesta y no se reportan, ¿no es importante llamarles para ver qué ha ocurrido?

Desde luego, es más cómodo para algunos padres desinteresarse de sus hijos y “dejar que el mundo ruede” pero luego vienen los embarazos, las sobredosis de drogas, las congestiones alcohólicas, los fatales accidentes automovilísticos y queda en los padres la voz de la conciencia que les dice: “¡Si yo me hubiera preocupado a tiempo de mis hijos…!”. Los resultados del INEGI están a la vista y hablan más que mil palabras (Fuente: www.yoinfluyo.com).

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