El niño, el malo y lo feo

Ocurrió en España en abril de 2010. Una mujer soltera pide un aborto. La ley española lo permite. El médico encargado lo hace con el procedimiento adecuado: por succión y en una ultra de control determina que la operación ha sido exitosa. Pero al poco tiempo la mujer se da cuenta de que sigue su embarazo. Pasan las semanas y el hijo nace, normal y sano. La madre lo acoge pero inicia un juicio contra la mala praxis del médico.

La sentencia se conoció ahora, en mayo de 2012. Culpable el médico por no haber hecho bien su trabajo. Debe pagar, para empezar, 150 mil euros a la madre por los daños irreparables ocasionados. Además deberá pagarle a la mamá 987 euros al mes mientras que el niño no cumpla 25 años.

El niño está claro quien es y que no ha venido “con un pan bajo el brazo” sino con un montón de euros para la mamá, incluyendo un sueldo mensual que se prolongará durante 24 años cuando el niño tal vez ya tenga trabajo –algo difícil por el desastre económico que dejo el señor Rodríguez Zapatero- y  a lo mejor incluso sea padre de familia.

El malo; en cambio se lo reparten entre la mamá, el médico ¿y el juez? Si nos atenemos a la virtud de la justicia, a la que siempre y todos deberíamos atenernos, la madre comienza siendo mala, de intención criminal pero después, por lo que sea, hace dos cosas buenas: permitir que el niño nazca sano y salvo y acogerlo. La ley le permitiría darlo en adopción pero no lo hace, lo acoge y lo cría.

El médico es doblemente malo. Ha matado en si mismo todo el honor, gloria y dignidad de su profesión: trabajar por la salud y la vida de sus pacientes, no por su muerte. Moralmente ya no es un médico sino un verdugo legal contra un ser humano indefenso e inocente. Y como asesino tecnificado es chapucero, rematadamente malo.

¿En cuanto al juez…? Con su familia, con sus hijos, entre sus amigos y vecinos, seguramente se comporta como persona digna, honorable, intachable. Pero lo feo es su sentencia, rematadamente fea, aunque tal vez tenga la admiración y aplauso de muchos, dada la confusa o nula formación moral de tanta gente, en España y aquí.

La justicia –que es algo distinto de la ley- y el sentido común más evidente plantean filudas preguntas a tres de los protagonistas: ¿Es un mal la vida humana? ¿Es un daño irreparable el nacimiento de un hijo? ¿Debe castigarse a un médico por ser un criminal, traidor a su ética profesional o por ser un criminal chapucero? ¿Qué debe defender un juez? ¿La vida y la salud de todos los humanos o la perfección en el arte de matar a un niño antes de su nacimiento? ¿Con esta sentencia, el niño qué es? ¿Es solo una cosa, un producto de la concepción? Es evidente que el juez lo ha ninguneado, lo hace carente de todo derecho. Porque no es el niño quién recibe una compensación económica por haber nacido, sino la madre a la cual se la descarga, con esos 987 euros mensuales, de la manutención de su hijo.

¿Cómo queda  la relación materno-filial después de este paradójico asunto? ¿Por qué debe cargar con su manutención durante 24 años, no su papá ni su mamá, sino un desconocido que trató de matarlo? ¿Podrá crecer y madurar debidamente ese hijo o necesitará por años una fuerte asistencia psiquiátrica? porque su vida quedará marcada por la evidencia de que su mamá lo quiso matar y si está vivo es sólo por un lamentable error técnico.

A estas monstruosidades lleva la mentalidad y las leyes de la cultura de la muerte: la eliminación de un hijo, en vez de un delito, no sólo  se convierte en un derecho, sino incluso en un necesario e ineludible deber.

Escribe desde el Salvador: Luis Fernández Cuervo luchofcuervo@gmail.com

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