¡Qué mala suerte!

No es que uno quiera ser mal pensado, pero resulta bastante curioso que a partir del año 2020, la mala suerte se haya cernido sin piedad sobre nuestra pobre humanidad. De hecho, varias voces estiman que ese año es el punto de inflexión de la ahora llamada “vieja normalidad”, a la cual parece cada vez más difícil retornar.

            Veamos. En primer lugar, nos enfrentamos en su momento a una auténtica histeria colectiva con motivo de la pandemia del Covid 19, generándose una situación única en la historia humana, en la cual con el pretexto de proteger nuestra salud, fuimos literalmente encerrados en nuestras propias casas y restringidos casi al mínimo en nuestra libertad de movimiento, en una situación que ya hubiesen soñado poder implantar los peores regímenes totalitarios de la historia. De ahí que a pesar de ser una época aún muy próxima, se la recuerde como un mal sueño, como una vivencia nebulosa que sería preferible olvidar.

            Luego, y no habiendo terminado la pandemia, vinieron las guerras, siendo las de Ucrania y la del medio oriente las protagonistas de esta nueva calamidad, con enormes repercusiones también en la economía y según se nos ha señalado machaconamente desde entonces hasta hoy, sobre todo en la producción de alimentos. Con la diferencia de que este nuevo frente no ha terminado, y a momentos amenaza con convertirse en una guerra mundial.

            Más o menos al mismo tiempo, y como nunca, diversos organismos internacionales, iniciando por la ONU, comenzaron a advertir de manera histérica sobre el Armagedón que se nos viene encima casi de inmediato, fruto del llamado “cambio climático”, a lo que se ha añadido la guerra sin cuartel contra el CO2 en todos los frentes, cueste lo que cueste, lo cual incluye a la agricultura, a la ganadería e incluso lo que podríamos consumir, en atención a la llamada “huella de carbono”. Además, todo lo que ocurre con el clima es siempre negativo: si llueve mucho, es malo; si llueve poco, también es malo; si no llueve, es desastroso; y así sucesivamente respecto del calor, el frío, o de cualquier otro fenómeno climático.

            Igualmente, si bien en un plano muy distinto, ha irrumpido en nuestras vidas la Inteligencia Artificial, la que pese a los enormes beneficios que podría generar, conlleva también diversos peligros e incógnitas, como un aumento considerable de la desocupación de muchos trabajos, o lo que ella podría realizar, de tomar conciencia de su propia existencia.

            Finalmente, a todo lo anterior se añade una cada vez mayor inestabilidad en muchos países, fruto entre otras cosas, del aumento de las crisis políticas de todo tipo, de la creciente delincuencia e inseguridad y de una descontrolada inmigración ilegal, que afecta sobre todo a Occidente y que amenaza con desestabilizar aún más a sus ya maltrechas sociedades.

            Y el futuro tampoco se ve halagüeño, pues la OMS advierte sobre la inevitable venida de otra pandemia peor que el Covid 19: la llamada “enfermedad X”.

            En consecuencia, es como si de repente se hubieran liberado los jinetes del Apocalipsis, prestos a asolar a una humanidad cada vez más golpeada por los acontecimientos. O si se prefiere, podría considerarse una situación análoga a la de las plagas de Egipto, descritas por el Antiguo Testamento.

¿Cómo es posible tener tanta mala suerte, y que tantos fenómenos graves y tan perjudiciales se den al mismo tiempo por pura casualidad?

Max Silva Abbott

Doctor en Derecho

Profesor de Filosofía del Derecho

Universidad San Sebastián

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