Bastante poco creíbles han sido las disculpas de los organizadores de los XXXIII Juegos Olímpicos, celebrados en París, luego del –por decir lo menos– bochornoso espectáculo dado con motivo de su inauguración. Y resultan poco creíbles, se insiste, porque la organización de este “show” tomó cerca de un año, y parece difícil que a nadie se le pasara por la mente que podría generar al menos molestia, cuando no indignación en los espectadores, dada su temática.
De hecho, ya algunos auspiciadores se han retirado de este evento, además de haberse generado una justa reacción en redes sociales y diversos medios de comunicación.
Y no es para menos, al tratarse de un espectáculo completamente sexualizado (hipersexualizado, a decir verdad), en el que, además, participan activamente niños, con escenas de bastante mal gusto, rindiendo culto a un feísmo de proporciones, al punto que una youtuber ha hablado de un auténtico “circo de los horrores”.
Además, una función repleta de símbolos, incluidos dos jinetes a caballo (uno real y otro robótico bastante siniestro), que hacen imposible no recordar a los jinetes del Apocalipsis (algunos entendidos señalaban que uno representaba a la guerra y el otro al Anticristo); o un becerro de oro, que emula la idolatría del pueblo de Israel cuando Moisés volvía con los Diez Mandamientos del monte Sinaí; y varios mensajes más, muchos abiertamente satánicos, en un espectáculo que no tiene nada que ver con el deporte y la amistad que a través del mismo se busca lograr en la familia humana.
Sin embargo, lo que más indignó fue una parodia de la Última Cena, tomada de la famosa pintura de Leonardo da Vinci, presidida por una contundente “Crista” y su alocado séquito (en el que también había niños), enriquecido, como si fuera poco, por un sujeto casi desnudo pintado completamente de azul, representando a Dionisio (algún youtuber lo llamó “papá pitufo”), bastante desafinado, a decir verdad. En suma, un completo insulto y desprecio por los casi 2.000 millones de cristianos que hoy habitan el planeta.
Ahora bien, tal vez lo más burdo es que los mismos que organizan este dantesco espectáculo dicen abogar por la tolerancia, cosa que aquí claramente no practican. Pero, además, también llama la atención que no tengan una actitud similar de desprecio respecto del islam o del judaísmo. Aquí parece que el respeto se convierte en temor reverencial.
Ahora bien, más allá de todo lo dicho, quisiera llamarse la atención respecto de lo siguiente: si se muestra sin tapujos un espectáculo como éste, uno no puede menos que preguntarse por la visión o concepción del mundo y de la realidad que tienen quienes lo organizan y también de quienes lo apoyan y financian. De hecho, resulta imposible no relacionarlo con otro espectáculo mucho menos visto, al cual asistieron las principales autoridades europeas, en el que además de la hipersexualización mencionada, se transmitió sobre todo un crudo y abierto satanismo. Nos referimos a la inauguración del Túnel de San Gotardo, en Suiza, en 2016.
En suma, además de la indignación y molestia provocadas, la gran pregunta que cabe hacerse es: ¿qué piensan, en qué creen o a quién adoran varios de los que hoy dirigen el mundo y sus lacayos que buscan influir en nuestras sociedades?
Max Silva Abbott
Doctor en Derecho
Profesor de Filosofía del Derecho
Universidad San Sebastián
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