Una auténtica estafa

Un fenómeno que se repite de manera endémica en nuestras democracias durante las elecciones, es el de las abundantes promesas que distintos candidatos ofrecen a sus electores, en el sentido de otorgarles todo tipo de ayudas, bonos, dádivas y subsidios, con una generosidad no sólo conmovedora, sino también rayana en lo imposible.

            Ahora bien, resulta claro que todos estos ofrecimientos tienen por objeto el simple y evidente propósito de atraer votos. Pero no es a esto a lo que aluden estas líneas, al ser algo obvio. Lo que se quiere destacar aquí es lo que suele ser el propósito último y el modo en que funciona esta estrategia electoral.

            En realidad, la gran pregunta es la siguiente: ¿por qué un político estaría tan interesado por las necesidades de sus electores, de manera que les ofrece tan raudamente alivianarles la vida en aspectos muy cotidianos y necesarios? Esto no tendría sentido si solo se agotara en la presente elección, pues en este caso, las promesas tendrían que ir aumentando en cada nueva oportunidad.

            Por eso hay que decirlo claro: lo que generalmente pretenden estas ayudas, es producir un estado de total dependencia del elector, de modo que en el futuro le sea muy difícil, cuando no imposible prescindir de ellas. De esta forma, el elector termina cayendo en una auténtica esclavitud respecto de quien le ha ofrecido y le entrega cotidianamente esas dádivas.

En consecuencia, hay que preguntarse muy sinceramente quién es aquí el verdadero benefactor y quién el verdadero beneficiario, pues tras esta apariencia de preocupación, generalmente subyace el inconfesado interés del político de perpetuarse en el poder, a fin de seguir dentro del aparato público y continuar viviendo a costa del Estado.

Lo anterior explica también que a este tipo de político no le interese en lo más mínimo que el ciudadano a quien busca esclavizar con estas ayudas pueda progresar, a fin de que en algún momento no siga necesitándolas. Al contrario, la idea es tenerlo siempre cautivo, para asegurar su voto saecula seculorum, manteniéndolo permanentemente en la pobreza.

            De ahí que haya que sospechar cuando diversos políticos ofrecen más y más ayudas de todo tipo a sus potenciales electores, no sólo porque dicho ofrecimiento no es para nada desinteresado, sino además –y es otro aspecto en el cual se repara poco–, porque estas ayudas se financiarán con impuestos (que deben pagar los propios ciudadanos) y/o con endeudamiento público (lo que es peor, y que igualmente pagarán los electores).

Es decir, tal vez lo más indignante de la situación es que esta aparente generosidad no le cuesta un peso al político, sino que termina pagándola su supuesto beneficiado. Pese a ello, la presenta como si fuera sólo mérito suyo, a lo cual podría aplicársele el refrán según el cual “es muy fácil ser generoso con lo ajeno”.

Así entonces, no puede tratarse de una situación más nefasta, engañosa, interesada y parasitaria, pues el verdadero beneficiado es el político. En suma, es una auténtica estafa.

            Por eso, el político al cual realmente le interese el bienestar de los ciudadanos, hará todo lo posible para que éste progrese y dependa cada vez menos de las ayudas del Estado.

            Así entonces, la moraleja es clara: nada es gratis en esta vida, y menos aún en política.

 

Dr. Max Silva Abbott

Miembro del Capítulo Concepción de la

Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales

Instituto de Chile

Profesor de Derecho, Universidad San Sebastián

Deja una respuesta