Una forma de esclavitud

El reciente escándalo ocasionado por los falsos exonerados políticos (que de seguir las versiones más extremas, serían la gran mayoría), no sólo amenaza, si la investigación llega al fondo del asunto, con ocasionar un terremoto político como pocos, sino que podría influir notablemente en las próximas elecciones presidenciales y parlamentarias, pues sería el mayor desfalco realizado contra el Estado de Chile. Y de paso, es una muy buena oportunidad para reflexionar sobre algunos de los graves daños que ocasionan prácticas como ésta.

En efecto, de ser ciertos los hechos denunciados, se ha generado un auténtico clientelismo político. Así, al ir aumentando el número de personas que reciben estos recursos injustamente (de hecho, se señala que ello ocurría precisamente en períodos pre electorales), este “mecenas público” se asegura su fidelidad política perpetua, no sólo porque está comprando sus votos –mientras el beneficio persista, por cierto–, sino además, porque con esta medida, el elector queda atrapado en esta red de corrupción, perdiendo su libertad de elegir, lo que no puede ser más dañino para el sistema democrático.

Sin embargo, el efecto es más nocivo todavía, puesto que la práctica de vivir a costa del Estado esclaviza a quienes se benefician de ella de un modo más profundo. Ello, porque al acostumbrarse a esta ayuda, se acaba desincentivando el esfuerzo por progresar y salir adelante, pues a fin de cuentas, la necesidad crea el órgano. O si se prefiere, un problema endémico que acaban produciendo aquellos que desean que el Estado lo controle todo, es que por este medio, se perpetúa la pobreza, pues tal como leía en una entrevista realizada al actual Papa Francisco antes de ser elegido, a los pobres, más que “entregarles pescado”, hay que “enseñarles a pescar”.

Y parece muy cierto: para combatir la pobreza, hay que esforzarse y romper con sus causas, yendo a su raíz. En cambio, con estas dádivas de papá-Estado, en el fondo se perpetúa dicha pobreza, porque estas ayudas se convierten en un modus vivendi, que al igual que una droga adictiva, aletargan a sus beneficiarios, con lo cual no sólo dejan de esforzarse para salir del círculo de la pobreza, sino que en el fondo, se hacen clientes seguros y totalmente dependientes de estas ayudas, con lo cual, su “mecenas” los tiene atrapados política y económicamente.

Es por eso que resultan tan nocivas estas prácticas de “chorreo fiscal”, pues perpetúan en la pobreza y esclavizan a sus ¿beneficiarios? en provecho de quien los subvenciona. Lo cual es más perverso todavía, porque al mantenerlos así perpetuamente en la pobreza, nunca tendrán otra opción que votar por quien en el fondo, en parte es responsable de perpetuar sus males, aunque se presente a sus ojos –curiosa y astuta ironía– como su mayor benefactor.

*Max Silva Abbott

Doctor en Derecho

Profesor de Filosofía del Derecho

Universidad San Sebastián

Deja una respuesta