Una homologación peligrosa

Tal como hemos señalado muchas veces, si existe hoy un tema debatido y en el cual cuesta cada vez más llegar a acuerdos, es en el de los “derechos humanos”. Por eso, bajo el mismo rótulo se entienden cosas no sólo muy diferentes, sino incluso incompatibles entre sí, por parte de los distintos sectores que actualmente defienden estos derechos, al no considerar muchos de ellos que exista un fundamento objetivo a su respecto. Pese a ello (y es tal vez una de las mayores contradicciones de nuestra época), se han convertido en una especie de “mantra”, o si se prefiere, una cuasi religión ante la cual todos deben inclinarse sumisamente y que está prohibido criticar en lo más mínimo.

            Ahora bien, dentro de esta disputa, tal vez el aspecto más importante y debatido sea quiénes son los titulares de estos derechos. Lejos han quedado los tiempos en que –al tenor de la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948– eran atribuidos a todos los seres humanos sin distinción alguna, por el sólo hecho de pertenecer a la especie homo sapiens.

            De esta manera, se está produciendo al mismo tiempo un fenómeno doble: por un lado, que cada vez hay más grupos de seres humanos que han sido despojados de estos derechos, siendo el caso típico el de los no nacidos; y por otro, se pretende extender su titularidad a entes no humanos: los animales (algunos o todos, depende de cada teoría), las plantas, el reino mineral, la naturaleza y hasta el planeta.

            Ello explica que haya autores que señalen que técnicamente, ya no es posible seguir hablando de derechos “humanos”, al haber perdido el homo sapiens el monopolio de su titularidad. Así, resultaría más adecuado hablar simplemente de “derechos”.

            Ahora bien, por muy buenas intenciones que existan tras este manoseo de la titularidad respecto de los “derechos (humanos)”, además de surgir una serie de problemas bastante evidentes e insolubles respecto del modo de hacerlos efectivos para entes no humanos (que por razones de espacio no pueden desarrollarse aquí), quisiéramos llamar la atención sobre un notable peligro que conlleva una homologación semejante, pese a lo cual, se le ha prestado bastante poca atención.

            El peligro es el siguiente: si el ser humano ya no es el único titular de estos “derechos” (e incluso varios han sido despojados de los mismos), sino que dicha titularidad se extiende casi hasta el infinito, jurídicamente hablando, ello significa que ya no existiría una real diferencia entre el ser humano y el resto de los entes (animales, plantas, minerales, la naturaleza, etc.). Lo cual equivale a destruir el concepto de “dignidad humana”, que ha sido esgrimida desde el inicio para fundamentar estos derechos y diferenciar a las personas (fruto de esta misma dignidad) de las cosas (que sólo poseen un valor y a veces incluso un precio).

            De esta forma, si se ha hecho una especie de tabula rasa con los seres del cosmos en nombre de estos mismos “derechos (humanos)”, ello podría proporcionar la justificación para eliminar a millones de personas a fin de proteger los “derechos” del resto de los seres. Así por ejemplo, para preservar los equilibrios ecológicos o combatir el “cambio climático”, sería lícito para esta postura sacrificar un cierto porcentaje de la población del planeta.

De este modo, lejos de protegernos, estos nuevos “derechos (humanos)” podrían convertirse en nuestro peor enemigo. ¿Estaremos yendo por el camino correcto?

Max Silva Abbott

Doctor en Derecho

Profesor de Filosofía del Derecho

Universidad San Sebastián

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