Profundo revuelo, malestar y preocupación ha generado en redes sociales y en el mundo entero, la reciente detención de Pavel Durov, fundador de Telegram, ocurrida en Francia hace unos días. El hecho se produjo cuando el afectado aterrizó en suelo galo en su jet privado para repostar combustible. Se lo acusa de ser cómplice de lavado de dinero, tráfico de drogas y explotación de menores, en razón de no haber aplicado censura en su plataforma respecto de sus usuarios, como se lo solicitaban autoridades europeas. De prosperar las acusaciones, todo esto podría acarrearle unos 20 años de cárcel.
El fenómeno es francamente preocupante, pues atenta contra la libertad de expresión más elemental, base de cualquier Estado democrático. Ello, pues la responsabilidad es de quien emite el mensaje, no del mensajero, como en este caso. De hecho, algún youtuber ha señalado acertadamente que esta situación, absurda a más no poder, podría asimilarse a la de un concesionario de una carretera, responsable de mantenerla en operaciones, a quien las autoridades pretendieran castigar, al considerarlo cómplice del contrabando que puedan llevar en sus maleteros los vehículos que circulan por dicha carretera, fruto de no haberlo impedido ese concesionario, lo cual exigiría que revisara minuciosamente cada automóvil que pasase por ese camino.
El hecho se enmarca dentro de diversas peticiones, emanadas de varias autoridades de múltiples países, en el sentido de generar algún tipo de censura en Telegram. Sin ir más lejos, el mismo Durov señalaba hace unas semanas, en una entrevista que le realizara el conocido periodista Tucker Carlson, que había rechazado el “ofrecimiento” del FBI de espiar a los usuarios de su red. Y también se comenta que haría desestimado una petición de Israel de censurar diversos contenidos subidos a dicha plataforma relacionados con el conflicto que afecta actualmente a Gaza, así como otras peticiones de este estilo planteadas por la Unión Europea.
En realidad, Durov siempre ha luchado por mantener su red social encriptada y libre de censura, a fin de garantizar la privacidad de sus usuarios, al punto que huyó de Rusia hace varios años, cuando el gobierno de ese país trató de controlar una anterior red social que había fundado, lo que explica que se afincara en los Emiratos Árabes Unidos.
Ahora bien, este incidente es una dura advertencia para cualquier propietario de una red social que se niegue a implantar la censura en su interior. De hecho, el siguiente en la lista parece ser Elon Musk, quien mantiene una política parecida en X –ex Twiter–, quien ya ha sido amenazado por la Unión Europea por no censurar determinados contenidos de dicha plataforma, considerados peligrosos o indeseables por las autoridades.
La situación es grave, se insiste, porque abre la puerta para el abuso del poder de turno, sea local o regional, al buscar determinar qué contenidos son correctos y cuáles no, mutilando así la libertad de sus ciudadanos. Si a esto se añade la creciente censura de otras plataformas, pareciera que nos vamos acercando a pasos agigantados a una dictadura tanto local como global, no impulsada por regímenes totalitarios, sino por aquellos que hasta ahora han sido un referente de las democracias del mundo libre. Así las cosas, ¿se encontrará la libertad de expresión en vías de extinción?
Max Silva Abbott
Doctor en Derecho
Profesor de Filosofía del Derecho
Universidad San Sebastián
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