Como puede notarse ya sin ninguna duda, el actual gobierno pretende cambiar la organización de nuestra convivencia hasta los cimientos en todo orden de cosas, y no solo en el económico, como algunos tanto temen. Una prueba más de la importancia de las ideas que se tengan que sobre el hombre y la sociedad, pues son ellas las que inspiran estos cambios.
Dentro de las muchas aristas que tiene esta verdadera refundación de Chile (hecha además, con una prisa que contradice su mayúscula importancia), la reforma laboral ocupa hoy uno de los puestos prioritarios.
Ahora, más allá de los aspectos que pretende establecer esta reforma, lo que más llama la atención es la visión de fondo que la inspira, obsesionada con la idea de una lucha sin cuartel entre empleadores y trabajadores, viendo en los primeros unos abusadores desalmados.
Con todo, y a pesar de diversas situaciones públicamente conocidas que han incentivado esta visión tan confrontacional de las relaciones laborales, lo que parce olvidarse, aunque sea de Perogrullo, es que los bienes y servicios que tanto necesitamos requieren ser generados. Una tarea nada fácil, pues exige además de mano de obra, recursos naturales y capital, del ingenio, organización y visión que permitan obtener los resultados esperados.
Por eso lo principal en todo este proceso es el ingenio humano, encarnado en la labor empresarial, que es capaz de descubrir una necesidad y el modo de satisfacerla. Y es eso lo que permite generar fuentes de trabajo, pues los promotores de esta reforma también parecen olvidar que debemos mantenernos para vivir, necesidad y tarea que no se da sola.
Es decir, todos necesitamos de ingresos para satisfacer nuestras necesidades, estos ingresos no se producen por arte de magia, sino trabajando, y más aún, requieren de toda una organización y recursos para llegar a existir, con el consiguiente riesgo de fracasar en el intento. Ahora, hasta donde ha demostrado la historia, el Estado no es bueno haciendo esto; al revés, se ha visto hasta la saciedad graves los problemas que se producen cuando la autoridad pretende realizar esta tarea de forma prioritaria, que por su naturaleza, requiere de un dinamismo y visión que ella no tiene y que solo posee, guste o no, el sector privado.
Lo anterior no quiere decir que se deje al sector privado sin reglas, pues imperaría la ley de la selva, ya que resulta frecuente que el poderoso (incluido el político), abuse. Mas esta regulación no puede asfixiar el impulso privado, no puede convertirse en un lastre que inhiba su dinamismo. No puede ser, tal como pretende esta reforma, que se penalice el delito de dar trabajo.
Max Silva Abbott
Doctor en Derecho
Profesor de Filosofía del Derecho
Universidad San Sebastián
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