Empresa familiarmente responsable

Durante la época de la revolución industrial en el siglo XVIII y XIX se suscitó un fenómeno que cambió radicalmente a la sociedad mundial. Comenzando por Inglaterra, se marcaron las clases sociales dando como resultado por un lado al Proletariado Urbano, como consecuencia de la revolución agrícola y demográfica, se produjo un éxodo masivo de campesinos hacia las ciudades; el antiguo agricultor se convirtió en obrero industrial. La ciudad industrial aumentó su población como consecuencia del crecimiento natural de sus habitantes y por el arribo de este nuevo contingente humano.

La carencia de habitaciones fue el primer problema que sufrió esta población marginada socialmente; debía vivir en espacios reducidos sin comodidades mínimas y carentes de higiene. A ello se sumaban jornadas de trabajo, que llegaban a más de catorce horas diarias, en las que participaban hombres, mujeres y niños con salarios miserables, y carentes de protección legal frente a la arbitrariedad de los dueños de las fábricas o centros de producción.

Este conjunto de males que afectaba al proletariado urbano se llamó la Cuestión Social haciendo alusión a las insuficiencias materiales y espirituales que les afectaban. Por el otro lado se dio la Burguesía Industrial, como contraste al proletariado industrial, se fortaleció el poder económico y social de los grandes empresarios, afianzando de este modo el sistema económico capitalista, caracterizado por la propiedad privada de los medios de producción y la regulación de los precios por el mercado, de acuerdo con la oferta y la demanda. En este escenario, la burguesía desplaza definitivamente a la aristocracia terrateniente y su situación de privilegio social se basó fundamentalmente en la fortuna y no en el origen o la sangre. Avalados por una doctrina que defendía la libertad económica.

Los empresarios obtenían grandes riquezas, no sólo vendiendo y compitiendo, sino que además pagando bajos salarios por la fuerza de trabajo aportada por los obreros. Hoy en día en pleno siglo XXI, vivimos una revolución parecida pero que en lugar de fortalecer a los individuos, está afectando directamente a las familias. Se habla de que mientras más trabajo se tiene, menos vida familiar hay, y es una realidad que están unidos familia, sociedad y la empresa, pero parece que no nos damos cuenta porque los horarios de trabajo son inhumanos nuevamente. No obstante, injusta o justamente lo que hacemos en la familia bien o mal afecta a la empresa, y lo que hacemos o dejamos de hacer en la empresa llega a la familia y por ende a la sociedad.

Entonces, en este sentido y basándome en estudios de una mujer ejemplar quien es Directora del Centro Internacional Trabajo y Familia, Nuria Chinchilla, quise hablar hoy de lo importante que es considerar a los empleados de una empresa (pequeña, mediana o grande) para que éstos rindan de manera positiva en el trabajo, apoyándoles en su vida familiar. Puesto que no es factible vivir sin horarios. Ejemplo de ello es España, de donde viene la Dra. Chinchilla, se trabaja muchas horas que no permiten que haya una vida de familia, lo que a su vez, mata la innovación y el compromiso, logrando paradójicamente, hacerle daño a la propia empresa. Lo que es alarmante, es que a pesar de que se piensa que si se trabaja mucho, por muchas horas, mucho se hace, pues da como resultado una pérdida de capital intelectual.

La gente está rendida tanto para producir, como para convivir con su familia. Es decir, a nadie le conviene que no se apoye la sana convivencia con los hijos, las bajas por maternidad bien remuneradas, los horarios eficientes de trabajo y sobre todo que se esperen resultados y no sólo considerar que quien más tiempo se queda en la oficina quiere decir que más trabaja. ¡Falso! En nuestro país sucede mucho, si alguien a pesar de que haya terminado con sus deberes decide irse antes que el jefe, ¡oh no! Mala idea porque lo van a tachar. Lo que ha creado un falso concepto de lo que en realidad es y debería de ser la productividad.

Hay un doble efecto, el externo que es el del adicto al trabajo que suele romper con equipos, son individualistas, y esperan resultados inmediatos. Y el que llega a su hogar en estado de zombi, porque está tan cansado que internamente ya no puede convivir con sus hijos. Es importante que nos demos cuenta qué tanto somos tóxicos para nuestro entorno familiar, social y empresarial. Porque no sólo existe la capacidad destructora de las empresas hacia la naturaleza, sino que también existe el término “ecología humana”. Es tener un ambiente sano para nuestra humanidad, y con este ritmo de vida laboral estamos contaminando a la sociedad.

Este problema, ocasiona que haya menos hijos, haya menos familias, es decir una baja tasa de natalidad -espérense ahí con sus comentarios- lo que no es nada bueno y ya lo estamos viendo con el “invierno demográfico” que se está dando en Europa (tema que trataré próximamente). Lo que se recomienda en el Centro Internacional Trabajo y Familia que lidera la Dra. Chinchilla es que se considere una hora razonable para lograr que tanto la familia como la empresa funcionen. Y al llegar a casa, aprendamos a cambiar de faceta y salirnos de la oficina por completo. Por ello existe ya un distintivo llamado “Familiarmente Responsable” que se le otorga a las empresas cuando están haciendo esfuerzos por apoyar todo lo mencionado anteriormente.

Finalmente, es importante mencionar que hay que pensar como empleados y empleadores en nuestra trayectoria vital ¿Qué quiero de mi? ¿Hacia dónde quiero ir? Es preciso priorizar para no hacerles daño a los hijos, a la familia y a la sociedad en general y preguntarnos varias veces ¿Qué me mueve en mi vida? Y solo así podremos regresar a una comunidad ecológica que beneficie a las familias a nivel mundial.

Nos leemos pronto para no quedarnos atrás y ver hacia delante.

 

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