¿Y tú que haces para hacer la diferencia?

Nunca se sabe cuándo se va a necesitar de la ayuda de algún extraño hasta que un extraño llega a pedirte que le ayudes. Merodeaba y caminaba con las manos abrazadas de una prenda de vestir, la tarde era lluviosa y las calles evaporaban el agua que el clima cálido del verano capitalino humedece el ambiente. Miró que el auto se acercaba a la entrada de una casa y es cuando este hombre con ojos vidriosos, asustados con pupilas dilatadas de desesperación comenzó a ondear un papel a mi marido que llegaba a nuestro hogar. Mi esposo desconfiado le señaló que no se acercara, pero el hombre insistió y es cuando se aproximó a la ventana del conductor y le pidió que le orientara, puesto que no sabía leer y en ese pedazo de papel decía a dónde él tenía que dirigirse.

Mi marido leyó que eran unas indicaciones que llevaban a la Central Camionera de Tapo. El hombre le dijo que quería llegar al Periférico pero que llevaba tres horas caminando desde Interlomas y no daba con esta avenida. Fue cuando mi esposo le preguntó que por qué no se iba en un taxi y asunto arreglado. Pues resulta que José de Jesús, así se llamaba, venía de un pueblo del Estado de Oaxaca y había venido a la Gran Capital con la intención de recoger a su hermana que trabajaba en una casa en Interlomas y desde hacía ocho meses no iba ni se había comunicado. Sucedía que en ese entonces en su pueblo había dejado la dirección por si algún día algo se ofrecía, era la hora en que su madre había caído enferma de cáncer de seno y la cosecha la tenía alguien que recoger. Por ello, le pidieron a José de Jesús que fuera a traer a la hermana para que ayudara con dicha labor.

José de Jesús pensó que sería sencillo llegar en camión al Distrito Federal, ir a Interlomas, comprar las medicinas necesarias para el tratamiento de su madre y regresar junto con su hermana para ayudar en la recolección del maíz de esta temporada. Solamente que no contó con la inmensidad y traición con la que esta ciudad recibe a sus visitantes. Llegando a la terminal, durante la madrugada fue sorprendido, le robaron su mochila, el dinero para las medicinas y con ello la dirección donde se encontraba su hermana. ¿Números telefónicos? -No señora- me dijo cuando llegué y mi esposo me relató lo sucedido- En el pueblo no hay forma de comunicarse. No podía creer lo que mis oídos escuchaban, el hombre llevaba más de 18 horas caminando y pidiendo aventón porque creyó que Interlomas era una zona fácil de encontrar a las personas. Decepción con la que se topó, fue que decidió regresar caminando desde aquella nueva ciudad mexiquense, a la central camionera, pero ¿ahora cómo lo haría? ¿Con qué dinero?

Alguna mujer amable le dio de comer a medio día, pero ya era tarde, estaba oscureciendo cuando la vida nos lo puso en nuestro camino, o nos puso en el camino de José de Jesús y le miré sus ojos, estaba llorando de miedo, estaba desesperado. Tenía unos 36 años, pero podría haber sido un niño que se había perdido de su madre y no sabía por dónde comenzar. Le pregunté que cómo quería que lo ayudara y con ilusión en su mirada me dijo –Quiero irme a Oaxaca-. Mi esposo asintió y me dio dinero suficiente para que pudiera irse. Lo pasamos, le dimos de cenar, una botella de agua. Mientras comía sus sándwiches me miró y me dijo que cómo me pagaría lo que estaba haciendo por él, que le diera algún trabajo por hacer y así saldaría su deuda. Le respondí que la vida me pagaría, que el se quedara tranquilo y lo mandamos con una persona de confianza hasta Tapo, quien le compró su pasaje y lo vio irse más lejos de Huatulco. Esperando que llegara con bien, nos avisó nuestro enviado que José de Jesús se había ido dormido en el trayecto a la central. ¡No había dormido, estaba agotado!

Finalmente, son momentos que te hacen recapacitar y te sacuden, te hacen recordar el claroscuro que vive nuestro país, los dos rostros de México que pareciera están separados por un siglo abismal de progreso y rezago, de abundancia y escasez, de generosidad y mezquindad. Una bipolaridad que insulta a cualquiera, una situación preocupante que viven más de 50 millones de mexicanos y que pareciera la vida sigue su rumbo sin que nadie haga nada o casi nadie. Confiar o no en quien te pide ayuda parece que es también la cuestión entre auxiliar o huir puesto que nuestro mundo, porque no solamente es México, se ha vuelto un lugar hostil, egoísta y arribista.

¿Qué tal que vamos comenzando a creer en los demás? ¿Qué tal que ayudamos más de lo que nos ayudan? ¿Qué tal que damos nuestro tiempo a quiénes menos saben y menos tienen? ¿Qué tal que todo mejorara si nos preguntáramos: Yo cómo hago la diferencia a mí alrededor? Y si tienes la respuesta, estás del otro lado, pero si te quedas pensando, preocúpate porque haces falta en la transformación de un mundo mejor.

Nos leemos la semana que entra para no quedarnos atrás y ver hacia delante.

 


Deja una respuesta