Es natural que la primera Encíclica del Papa Benedicto XVI haya sido Deus Caritas est. Porque siendo uno de los más grandes teólogos contemporáneos, sabe la importancia que radica en que seamos conscientes de que Dios es amor, y de que quien permanece en el amor, permanece en Dios, y Dios en él” (1Jn 4, 16). Pero además SS. Benedicto XVI nos dice que para realizar esta permanencia, hay que ser conscientes de que Jesucristo es el amor encarnado, cuyo acto de entrega se ha perpetuado en la Eucaristía. También nos dice que la unión de amor con Cristo es unión con los demás a los que Él se entrega, de modo que el amor a Dios y el amor al prójimo se funden entre sí (I, 15). El Papa Benedicto XVI nos recuerda en su Encíclica, que aunque no podemos ver Dios, Dios sale a nuestro encuentro en Cristo en quien podemos ver al Padre. Para que entendamos mejor el amor, el Santo Padre nos aclara el sentido de los términos eros, filía y agapé, señalando que el eros es el amor mundano, filía es el amor de amistad, mientras el agapé es el amor fundado en la fe cuya fuente es Jesucristo (I, n 7).
Una parte muy hermosa de la Encíclica es aquélla en la que dice que el amor de Dios y nuestro amor, es abandono, proceso y amor al prójimo a quien veo con los ojos de Cristo, haciendo énfasis en que el mandamiento del amor no es un mandato externo sino que nos hace unos para otros hasta que Dios sea “todo para todos” (1 Co 15, 28; I, 18).
Con un sentido teológico muy profundo, el Papa afirma que el Cristo total que es la Iglesia, infunde en sus miembros el amor trinitario. Cuando Cristo entrega su espíritu en la Cruz, se lleva a cabo un preludio del don del Espíritu Santo después de su Resurrección. De modo que la caridad es tarea de cada miembro de la Iglesia e implica un servicio comunitario y ordenado (II, 20) que mantiene el núcleo esencial, a lo largo del tiempo, desde la elección de los siete varones al servicio, hasta el día de hoy.
El Papa Benedicto XVI nos aclara que la caridad no es una suerte de asistencia social, sino la manifestación de su propia naturaleza que supera los confines de la Iglesia, que une la caridad y la justicia y que se expresa en la Doctrina Social Católica (II, 26 y 27), cuya finalidad es lograr un orden social y estatal justo, que exige el amor de caridad (II, 28).
En esta hermosa Encíclica, el Papa Benedicto XVI se refiere al principio de subsidiariedad afirmando que, aun en las estructuras justas, son necesarias las obras de caridad (II, 30). Y esto es importante porque vemos que cuanto más se proclama el amor en este mundo, más percibimos la ausencia del amor verdadero. Sin embargo, nos dice que la existencia de organizaciones que trabajan en favor del hombre, se explican porque el imperativo del amor al prójimo ha sido grabado por el Creador en la naturaleza humana, y por el mandato sobrenatural de Cristo que trasciende las fronteras de la fe cristiana (II, 31).
El Papa nos explica lo que es el amor de Cristo que es puro don gratuito, servidumbre que hace humilde al que sirve como Cristo, y nos aclara que el poder ayudar a otros, es gracia que nos hace instrumentos suyos (II, 35). Pero además, SS Benedicto XVI nos dice que para comprender esto, tenemos los modelos que son los santos y la Virgen María, espejo de toda santidad en la que la Palabra de Dios se convierte en palabra suya, y su palabra nace de la Palabra de Dios (II 41). Y en este sentido resalta que los gestos de la Virgen, son los de una mujer que ama e intercede por sus hijos en el Hijo. La belleza de esta Encíclica radica en que se centra en el amor de Dios y el prójimo. Nos enseña que la vida espiritual sobrenatural se vuelve estéril sin el amor como unidad del amor sensible que es el eros, y del agapé que es el amor fundado en la fe.
Por último, SS Benedicto XVI deja muy claro que sin el amor, el culto y la liturgia son una malla vacía. Y la Teología sin amor y humildad perece, porque toda la organización de la Iglesia depende del amor a Cristo. Y por eso mismo, sin unidad entre el eros y el agapé como don absoluto, no puede evangelizarse el mundo.
Manuel Ocampo Ponce
Universidad Panamericana
Guadalajara Jalisco, México.
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