La adolescencia y juventud suele asociarse no solo a los grandes anhelos y sueños, sino también a los actos rebeldes y muchas veces insensatos que, por la misma inmadurez se cometen.
Los abuelos son vistos como esas personas llenas sabiduría ganada a lo largo de los años. Se recurre a ellos en busca de algún consejo; son a veces los mediadores entre los hijos y los nietos. Suponemos que los años agregan no solo experiencia, sino también, el debido discernimiento sobre lo que está bien y mal en los diferentes ámbitos de la vida. Al menos así debería ser.
Lo anterior viene a colación luego de escuchar el penoso caso de un par de ancianas (con bastón), que se hicieron de palabras afuera de una unidad habitacional. Una simple discusión pronto derivó en una andanada de insultos cada vez más agresivos, a viva voz. A escasos metros se hallaba un niño presenciando la querella. Si tener un vocabulario grosero es inaceptable, imaginen ahora el espectáculo protagonizado por ambas mujeres a una edad en la que se supone habrían adquirido el temple y el dominio de sí mismas. Y no olvidemos el escándalo para el niño que lo presenció.
Otro caso es el de un grupo de un centro bíblico en el que la mayor asistencia es de mujeres y escasos varones, todos ancianos. Pero ¿qué de extraordinario puede haber en ello? Lo que se discute. Temas como el rezarle a la “madre Tierra”, dirigirse a “arcángelas”, a “ángelas” a una “diosa” en lugar de dirigirse a Dios; el poner en rivalidad oraciones como el Padrenuestro y el Ave María, por aquello del “patriarcado opresor” y “hay que apoyar a las mujeres” (¿?); abrazar árboles y demás sandeces. Luego, esas abuelas regresan a sus casas, con sus nietos llevando errores en las cuestiones más básicas respecto a Dios y al cristianismo. (Créalo, el feminismo radical va con todo y se vale ahora, de las abuelas).
Dada nuestra imperfección y debilidad humana, en cualquier punto de nuestra vida podemos caer. La pregunta es ¿cuánto daño haremos a los que están a nuestro alrededor cuando eso suceda? Muchos estaríamos más preocupados de los errores que transmiten feministas, jóvenes y activas en los medios de comunicación,… ¿quién se cuidaría de una abuela? ¿Pensaría que una anciana sería capaz de decir tantos vituperios a sus semejantes y ser estulta con respecto a Dios?
El deber de los abuelos, de ser guías y luz en sus familias, dando ejemplo, no se sostiene contra las palabras e ideas erradas que conmueven más a un corazón, que a la conciencia y al debido discernimiento. Los casos mencionados nos indican que la misma ancianidad no nos preserva de practicar el error. La edad adulta no puede controlar el desorden, el resentimiento, el vicio por largo tiempo practicado y la ignorancia no combatida oportunamente. Es decir, el adolescente, el joven, el adulto que no se preocupó por su formación, por ser dueño de sí mismo, virtuoso, difícilmente lo será en la vejez. Nada tan grande comienza de pronto.
Los abuelos que, antaño no se les escapaban los nietos, les recordaban continuamente sus deberes para con Dios y la Madre Iglesia, la necesidad de la practica sacramental y el vestir con decoro, entre otras cosas. ¿Qué será de los nietos cuyos abuelos les transmiten un mal ejemplo y errores tan garrafales en cuestión moral y dogmática?
Por tanto, la respuesta a la pregunta inicial es un rotundo sí, si no hacemos lo necesario para evitarlo y combatirlo. Cuando usamos las medidas y precauciones de los cristianos de los primeros siglos podremos imitar sus virtudes. Días de oración y trabajo y ejercicios de obras de caridad. Uno puede decir que esos ejemplos ya no se ajustan a las exigencias del mundo actual. Pero antes y ahora, a cualquier edad, estamos llamados a la santidad…
“Sepan que, si el dueño de la casa hubiera sabido a qué hora había de venir el ladrón, velaría sin duda y no dejaría horadar su casa” (Mateo 24:43)
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