La Natividad de Nuestro Señor

Hace un par de años un hombre en una entrevista dijo que en sus celebraciones de Navidad pone el árbol, tiene su reunión familiar y con los amigos, con la típica algarabía, ponen villancicos, le encanta dar regalos, le encanta el espíritu alegre de la gente, le gusta ver las multitudes que se aglutinan para hacer compras, considera que este tiempo es una forma agradable de relajarse y pasar tiempo con la familia.

Es quizá una descripción de lo que sucede en estos días previos y durante la Navidad y no habría mayor rareza si no fuera porque el hombre entrevistado era ateo, no fue en absoluto un católico. Como si esto no fuera suficiente, otro ateo fue más allá para decir que la Navidad no era algo exclusivo de cristianos, que todos tenían derecho a celebrar.

Tales palabras son una muestra de cómo se ha mundanizado la celebración que muy pronto ha quedado desprovista de todo carácter cristiano, a grado tal que este ateo no tiene problema en festejarla, no porque esté pensando en convertirse al catolicismo, sino porque la forma en que se celebra no le representa nada cristiano, no le dice… absolutamente nada.

Su reacción es entendible, pues tan solo hay que ver el modo en que muchos católicos la celebran para darse cuenta de que para ellos se trata de algo mundano. Y esto no sucedería si diéramos pleno testimonio de que la Navidad es la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo.

El ¡Feliz Navidad! significa para ellos “¡Que te la pases genial!”, piensan que es el día para darnos regalos, que es para saborear una rica cena, que es para estar con la familia, como lo dijo aquel ateo. Pero la Navidad no es en absoluto el día de la familia, de los amigos, de los compadres o el día del intercambio, no, (léase bien, para estar con ellos tenemos el resto del año), la Navidad es el nacimiento de nuestro Salvador a quien debemos dar gloria y hacerlo el centro de nuestra celebración en compañía de nuestra familia, sin perder de vista jamás que Él es lo principal.

No debemos dejarlo todo al último, tenemos una excelente oportunidad para hacerlo debidamente pues iniciamos un nuevo año litúrgico, estamos en Adviento, que son las cuatro semanas que preceden a la Navidad, tiempo de preparación para la llegada de nuestro Salvador, tiempo para arrepentirnos de nuestros pecados, para nuestra preparación espiritual, aprovechar para la conversión acercándonos a los sacramentos.

Y llegada la Navidad, asistamos a la Santa Misa y comulguemos en estado de gracia. Que antes de la cena, arrullemos y acostemos al Niño Dios en familia, se cante villancicos, se haga el acto penitencial, la lectura del evangelio y en el que el más pequeño de la familia nos lo da a besar.

Que en su llegada, Nuestro Señor no nos encuentre con las manos vacías, riendo en plena celebración mundana y algarabía típica de un partido de fútbol sino preparados espiritualmente.

Que cuando digamos ¡Feliz Navidad! dejemos claro con nuestro actuar que celebramos al Rey de reyes y Señor de Señores, que anunciemos al mundo la llegada de nuestro Salvador.

Y como decía Gilbert Keith Chesterton: “Cualquier agnóstico o ateo que en su niñez haya conocido la auténtica Navidad tendrá siempre, le guste o no, una asociación en su mente entre dos ideas que la mayoría de la humanidad considera muy lejanas entre sí: la idea de un recién nacido y la idea de una fuerza desconocida que sostiene las estrellas. Para esta persona, la sencilla imagen de una madre y un niño tendrá siempre sabor religioso, y a la sola mención del terrible nombre de Dios asociará en seguida los rasgos de la misericordia y la ternura”.

¡Feliz Natividad de Nuestro Señor!

 

Alexa Tovar alexatovar2017@yahoo.com

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