Alguna vez dijo Viktor Frankl que a un lado de la Estatua de la Libertad debería de igual forma existir una estatua de la Responsabilidad. Lo cual hace mucho sentido, puesto que la libertad sin límites (y puede sonar contradictorio) es contraproducente para el género humano.
Es decir, si no somos responsables ante la libertad que tenemos per sé, ante el libre albedrío que muchos mencionan pero que pocos comprenden entonces en el momento de elegir caemos en el peligro de hacerlo de forma incorrecta. No obstante, elegir siempre implica renunciar a una de las opciones que se nos plantean. Hecho que puede ser acertado, a pesar de la dimisión de una de las elecciones, pero en realidad la vida es esto; Frustración ante no poder tener todo lo material ni espiritual, frustración ante nuestras necesidades ilimitadas en un mudo de bienes limitados.
En este sentido, retomando la representativa estatua de la libertad ubicada en uno de los Estados más distintivos de los Estados Unidos, en Nueva York, es un símbolo que hoy por hoy nos puede hacer reflexionar nuevamente en lo acertados que hemos sido o equivocados que estamos en lo que en realidad esa libertad quiere decir.
La responsabilidad que planteaba Frankl era precisamente esa que requerimos para comprender la frustración que de igual manera viene aunada a la libertad innata que tenemos los seres humanos. Frustración que cada uno de nosotros somos libres de darle un sentido, ya sea de sufrimiento o de trascendencia. Desde el momento en que nos alumbra nuestra madre comienza ese aprendizaje a “esperar” que nos genera automáticamente frustración. Viniendo de un vientre, calientito, en donde nos alimentábamos cuando queríamos, dormíamos y despertábamos a nuestro antojo y no nos daba frío ni calor, es de entender que al nacer todo es frustración.
Sin embargo, la humanidad de la era moderna no parece entender que esa libertad innata debe de tener un freno, que se traduce en responsabilidad. Puesto que se supone que “mientras yo haga lo que quiera, en el momento que me plazca” es cuando estoy ejerciendo mi “libertad” verdadera. Cuando en realidad estamos cayendo en libertinaje, estamos perdiendo las virtudes que nos hacen líderes de nosotros mismos y no comprendemos qué está bien y qué está mal. Es cuando el relativismo ético surge y cada quien decide lo que es correcto e incorrecto, saltándose la moral natural, la recta razón y todo lo que nos guía para poder actuar conforme al bien.
Cabe destacar, que es muy importante que los adultos, sobre todo si somos padres de familia, nos percatemos de lo relevante que es saber los límites que tiene nuestra libertad y hacer lo posible por contenernos ante las tentaciones de cualquier índole. Habiendo logrado esta castidad, abstinencia, control, autogobierno de mis necesidades ilimitadas y de esta manera enfrentando mis frustraciones, podremos enseñarle a nuestros hijos a esperar.
Si los enseñamos a contenerse, a saber manejar su libertad, a dominarse y no hacer lo que les plazca en el momento que les nazca les daremos la verdadera libertad, puesto que serán gobernadores de sí mismos y de esta manera entenderán lo que implica la responsabilidad. Al ser personas responsables harán uso de su independencia y lograrán decir que en realidad son libres y no prisioneros de sus impulsos como la mayoría de los seres humanos que hoy transitan este siglo XXI.
Nos leemos la semana que entra para no quedarnos atrás y ver hacia delante.
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