«La juventud prolongada -permitida por la actual prosperidad de la sociedad industrial- redunda meramente en un número creciente de adultos puerilizados».Nicolás Gómez Dávila
A lo largo de la historia no encontramos más que la lucha del hombre para combatir las desgracias que le sobrevinieron. Una guerra, una peste o una pandemia pueden convertirnos en esclavos del miedo o en la persona fuerte que se espera que seamos. A diferencia de las generaciones que nos precedieron, nosotros contamos con lo último en medicina, somos la generación más capacitada, con los avances tecnológicos más modernos, con la mayor información sobre cualquier evento que se presente.
Del mismo modo, contamos con la mayor fuerza destructiva que se haya visto jamás; desde el aspecto bélico hasta el médico o mediante los medios de comunicación. La cuarentena por el Covid ha puesto al descubierto nuestras reacciones, algunas predecibles y otras totalmente inesperadas. Una de situaciones más comunes ha sido el miedo o la preocupación que, hasta cierto punto es entendible. Sin embargo el miedo puede obligarnos a actuar o paralizarnos. ¿Qué hemos hecho?
Las autoridades han “exhortado” a la gente a quedarse en casa, se prohibió la apertura de negocios, plazas comerciales, escuelas, fondas, peluquerías, colegios, etc. Más allá de lo que ha marcado el gobierno, muchos están en sus casas y no se dan cuenta de hasta qué punto han afectado a los demás innecesariamente; uno de esos temas es el económico: varios negocios han quebrado; ha habido recorte de personal, recorte de sueldos, intimidación de las autoridades, denuncias, etc.
En días recientes fue una verdadera sorpresa ver un sitio de taxis (que regularmente no se daba abasto), lleno de unidades detenidas, ¿el motivo? no hay pasajeros. El taxista visiblemente preocupado platicaba que la situación es muy difícil para ellos y no saben en qué va a parar esto. El descalabro ha sido al transporte, al sector restaurantero, al sector turístico, la construcción, el sector educativo y papelero, entre otros. Pocos han visto de cerca el cierre de empresas y el despido de gente, cómo algunos tenían que cuidarse de la patrulla para poder vender café y pan.
Aunado a ello, debo decir que es una verdadera tomada de pelo lo que están haciendo empresas internacionales y medios de comunicación respecto al confinamiento: presentarnos comerciales donde hay una familia o amigos sentados a la mesa, abundante comida, sonrisas y ¡mucho refresco! Otros promoviendo encerrarse y hacer maratón de películas, “¡Hasta que sea seguro y volvamos a vernos!” Vaya sarta de miserables. Tales mensajes masivos hechos para mantener en el aire la idea de que la gente está haciendo mucho bien encerrándose… mientras afuera todo se derrumba. ¿De dónde espera usted que la gente obtenga recurso para seguir viviendo y alimentando a su familia?
Mientras se repite hasta el cansancio el eslogan de “¡Salva vidas! ¡Quédate en casa!” ¿Acaso se ha preguntado alguna vez cuántos empleos se han perdido? ¿Cuánta gente necesita salir porque alguien debe llevar el pan a su mesa? Hacer las compras en línea, en lugar de visitar el lugar y probarse la ropa o calzado; la entrega de comida y despensa a la puerta de su casa, por su visita al súper o al restaurante; la convivencia y los abrazos por las video llamadas; tarde o temprano le hará pensar que todo puede ser sustituido, le hará pensar que finalmente nada es prioritario, excepto claro, su propia salud y que toda esa destrucción era necesaria para “salvar vidas”.
¿Recuerda cuando le decían que no debía dejar que la televisión educara a sus hijos? Pues bien, ahora aplíquelo a usted. Quedarse en casa y depender de lo que los medios transmiten, desde luego que tiene un impacto y difícilmente será uno bueno y constructivo. El dejar de tener contacto con la realidad, ha sido sin duda un error garrafal. Salga y respire aire fresco, refuerce su sistema inmune con una mejor alimentación, haga ejercicio, sea exigente con sus hábitos de higiene; abandone vicios como el cigarro, la bebida, la comida chatarra y el refresco; si en su trabajo se lo permiten, vuelva.
Procure volver a sus actividades cotidianas tanto como sea posible, tome el transporte, entre al centro comercial, coma en su fonda o restaurante favorito; en resumen, ayude a reactivar la economía, ayude a que otros lleven el pan a su mesa y así ellos puedan cuidar a su familia adecuadamente. Pero sobre todo, salga y recupere la confianza y el discernimiento. No viva un auto encierro innecesario que ha llevado a la soledad a muchos. El sentido común nos indica que está bien cuidar la salud, pero hacerlo como lo estamos haciendo actualmente nunca había sido tan costoso en todos los aspectos y eso debería alertarnos de hacia dónde estamos cayendo.
Al final, haber cuidado de nuestra salud como si fuera el único bien y cometido que tenemos, significará haber destruido todo y a todos a nuestro paso: desgarrados económica, anímica y espiritualmente, pero eso sí, «saludables». Al final, habremos “ganado” habiéndolo perdido todo; siendo la generación mejor equipada, somos la más débil y manipulable; una verdadera desgracia…
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