Todos podemos ser Charlie Hebdo

El mundo ha quedado atónito e indignado con el espantoso y dantesco atentado perpetrado por extremistas musulmanes contra el periódico Charlie Hebdo, y las múltiples y masivas manifestaciones de apoyo a la libertad de expresión no se han hecho esperar, al considerar que este derecho es una de las piedras angulares del sistema democrático. Y si bien es cierto que varias de las caricaturas que tradicionalmente se exhibían –y no solo la que gatilló esta tragedia– resultan tremendamente ofensivas y pueden llegar a indignar (algunos han hablado incluso del “derecho a insultar”), nada justifica lo ocurrido.

Sin embargo, en honor a la verdad y en pos de esta misma libertad de expresión que tanto se ha defendido estos días, si se mira con atención, hay que andarse con más cuidado al momento de expresar lo que se piensa, siente o quiere, pues aunque no sea tan fácil verlo de inmediato, la libertad de expresión no es tan fuerte, ni se encuentra tan garantizada en nuestras sociedades, por mucho que quiera darse la impresión contraria.

En efecto, entre otros, actualmente existen dos grandes limitaciones a la libertad de expresión: las leyes o tratados contra la discriminación y la intolerancia, y lo que se considera políticamente incorrecto. En uno y otro caso, para quien se salga de los márgenes de lo aceptable, pueden caerle las penas del infierno; y aunque en principio no sufrirá una agresión como la de Charlie Hebdo, puede padecer notables y duras represalias.

Así, respecto de la discriminación y la intolerancia, cada vez se yerguen con más fuerza las leyes que so pretexto de proteger a ciertos grupos considerados vulnerables, restringen peligrosamente la libertad de expresión, castigando severamente a quienes critiquen o incluso muestren reparos a los planteamientos de dichos colectivos. Basta ver lo que hoy ocurre con el lobby gay para darse cuenta de ello.

En cuanto a lo políticamente correcto, existen un conjunto de chivos expiatorios contra los cuales resulta lícito y hasta meritorio proferir todo tipo de insultos e improperios (como la religión) y donde la discriminación y la intolerancia que sufren esos sectores no parece tener ninguna importancia y, por el contrario, hay un conglomerado de temas tabú que no admiten crítica alguna, o visto al revés, que pretenden silenciar, incluso por la fuerza de la ley, a quienes piensan diferente, como ocurre con distintas leyes de “memoria histórica”, por ejemplo.

De esta manera, este derecho está mucho más amenazado de lo que se cree, al punto que puede concluirse que todos tenemos libertad de expresión, pero algunos tienen más libertad que otros. Por eso, todos podemos ser Charlie Hebdo.

Max Silva Abbott

Doctor en Derecho

Profesor de Filosofía del Derecho

Universidad San Sebastián

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