¿Y tú, sabes perdonar?

Inmaculada; sin mancha alguna, no tiene defecto. Inmaculada es una palabra que se utiliza para describir algo que salió impecable, perfecto. Immaculée es un nombre propio, de una persona que nació lejos de nuestro país, de nuestro continente. Es africana y se apellida Ilibagiza. Immaculée Ilibagiza es quien hoy me mueve a escribir estas líneas. Es una mujer que me dejó marcada para el resto de mi vida.

Escuché sus palabras, su testimonio hace unas semanas y me dejó sorprendida su forma inmaculada de hablar sobre la vida, sobre la trascendencia, sobre el bien vivir, a partir de los horrores que ella y su familia padecieron durante el genocidio de Ruanda en el año de 1994. Una sola idea, una simple idea es poderosísima, tan poderosa que con ella puedes cambiar un país, para bien o para mal.

En el caso de Ruanda, país africano ubicado en el centro de África, que limita con Uganda, Burundi, República Democrática del Congo y Tanzania. Su capital es Kigali y es mejor conocida como “Las nieblas de África”, por su fauna salvaje, sus lagos y sus gorilas, una sola idea ocasionó uno de los genocidios más sangrientos de finales del siglo pasado.

Esa idea era etiquetar a los seres humanos, a los habitantes de Ruanda. Dividir a la población en tribus; los Hutus y los Tutsis. ¿Cómo seleccionaban quién era de una o quién era de la otra? Bueno pues el físico de las personas lo determinaba. Hutus eran bajitos de estatura, y con narices anchas, los Tutsis, la minoría, eran los altos con narices afiladas.

Es así como un país etiquetó a los habitantes; ocasionando discriminación, resentimiento y conflicto. Las mismas familias podían estar divididas por su simple apariencia física. Hubo una diferenciación racial, y las personas comenzaban a generalizar. Si eras Hutu, eras feo, eras flojo, si eras Tutsi eras de los menos, pero eras más trabajador, mejor apariencia física. Immaculée Ilibagiza, era una niña que le tocó nacer Tutsi, nacer en una familia católica de dos hermanos hombres y ella. Su padre era maestro en una escuela, un hombre que junto a su esposa daban de comer en su casa a los niños que no tenían para vivir.

Ella siendo universitaria, durante la pascua de 1994, se encontraba con toda su familia cuando el 6 de abril, el que fuera presidente de Ruanda sufrió un accidente al desplomarse el avión en el que viajaba, el gobernante era de la etnia Hutu, y el poder pensó que los rebeldes Tutsi eran los responsables de la caída del avión donde muriera el gobernante. Y se desató una guerra en contra de los Tutsi.

Al saber lo que sucedía el padre de Immaculée quiso proteger a su hija, y le pidió que se fuera a casa del vecino, quien era un sacerdote Hutu. Y le aseguró que la protegería, es decir, no generalizó y no se dejó guiar por las etiquetas impuestas.

Sabía que era un hombre que la ayudaría por sus principios más que por la tribu a la que pertenecía. No juzgó a la persona, le dio la oportunidad de demostrar ser diferente. Y el padre de Immaculée en lugar de entrar en pánico, les dijo a sus hijos y esposa que era momento de pedir perdón por las faltas cometidas, que no sabían lo que sucedería pero que pensaran en Dios ante todo. Era un hombre que enseñó a sus hijos a amar, a amar las cosas que hacían, a la gente con la que convivían, a amar su vida. Y como dice la misma Immaculée: “El amor calienta el corazón”, es decir, si amas, la vida tiene un sentido muy distinto a si odias, o haces las cosas por hacerlas.

Al pasarse con su vecino, él la acogió y en su casita de cuatro recámaras, con un baño, la escondió junto con otras siete mujeres. Baño de un metro por uno y medio metros. Ahí permanecieron estas mujeres 91 días. Angustiadas y muertas de miedo. Immaculée, claro que tuvo dudas, quería a veces entregarse para que de una vez la mataran, pero ella dice que la fe la salvó. Rezaba el rosario 27 veces diarias, y la fortalecía para permanecer ahí a la espera.

Aprendió a hablar inglés con un libro y un diccionario, porque sabía que si salía de ahí viva, tenía que compartir su testimonio, y siempre le pedía a Dios que no la abandonara. Una noche, cuenta que entraron unas trescientas personas, enfurecidas, como si el mismo diablo las hubiera poseído. Con machetes, granadas, palos y piedras, registraron la pequeña casa. Por debajo de las camas, por todas las puertas, en la azotea, y ella estaba segura de que la encontrarían. Pero le pidió a Dios que le diera una señal de que existía, y le dijo: “Si existes, no permitas que abran esta puerta, no permitas que me encuentren”.

Ella dice que era imposible que no la abrieran, eran 350 personas, buscando como locos y registraron todo, hasta que llegaron a tocar la manija de la puerta del baño y ya cunado el rebelde se disponía a abrirla le dijo al sacerdote que las mantenía escondidas: “Hombre, tu eres uno de los nuestros, por qué habrías de traicionarnos”. Y es así como a Immaculée Ilibagiza, no la encontraron, lo que a ella la hizo encontrarse a sí misma.

En resumidas cuentas, con esta experiencia atroz, esta mujer que ahora es embajadora de la paz de las Naciones Unidas, lo que trae es un mensaje de perdón. Por que sabrán ustedes que una vez que pudo escapar, salió de Ruanda sin saber de su familia. Ya cuando el genocidio se controló, y los rebeldes fueron detenidos, ella regresó y se enteró de que todos sus tíos, primos, abuelos, sus padres y uno de sus hermanos, todos fueron asesinados. F

ue a la cárcel en donde se encontraba el que los había acribillado y se lo pusieron enfrente, con la idea de que lo golpeara y le escupiera, sin embargo, no fue así, tanto amó en su vida antes del genocidio, que la bondad la hizo abrazarlo y le dijo: “te perdono”. ¿Por qué perdonó? Simplemente porque ama, porque sigue el mensaje de Jesucristo que perdonó a sus verdugos cuando fue crucificado, y porque ella misma lo dijo esa tarde que me tocó escucharla, “perdonar te da libertad”.

Así es como el ejemplo de esta mujer me dejó marcada, pues me pongo a pensar en cómo somos los seres humanos, en cómo muchas veces nos carcomemos de rencor, de odio. En cómo el egoísmo, el poder nos ciega y nos hace cometer injusticias, a hacer cosas espantosas. Y lo
s que más sufren son los que no quieren perdonar.

Ella habiendo vivido este horror, nos deja un legado digno de imitar. Amémonos los unos a los otros (aunque suene trillado) simplemente así podremos llegar a ser un mundo más amable, un mundo que tenga ideas, buenas ideas para el bien de la humanidad.

Nos leemos pronto para no quedarnos atrás y ver hacia delante.

 

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