Hace unos días, la esposa de un amigo mío tuvo a su sexto hijo. Durante las idas y venidas al Hospital de Maternidad, después de que naciera su bebé, en una de tantas ocasiones, tomó un taxi. Me decía este amigo que, se encontraba tan exultante, por ser otra vez papá, que espontáneamente se lo comentó al taxista que lo llevaba a la clínica, y éste le preguntó desconcertado:
-Pero supongo que será su sexto niño, pero habiendo tenido usted ya varias mujeres, ¿no es así?
Eso dio ocasión para que mi amigo, José Carlos, le explicara al joven conductor la importancia de la fidelidad en el matrimonio y de que es una meta posible de alcanzar, si ambos cónyuges diariamente luchan por ello y si se lo proponen con seriedad.
Esta anécdota me la comentó José Carlos, mientras amablemente me acompañaba al lugar dónde estaba estacionado mi coche, dentro del mismo hospital. Un rato antes, había estado charlando con su esposa, cargando a su hermoso bebé, y conviviendo con sus hijos, que se encontraban felices por tener a un nuevo hermanito.
Y me percataba, que esa misma generosidad de tener una familia numerosa, a José Carlos y a su esposa, Lorena, se les veía muy contentos, viviendo su amor conyugal en plenitud porque, sin duda, cada hijo es un fruto viviente del amor entre los cónyuges.
Ya de regreso a mi casa, tuve que realizar un largo trayecto en el coche, y me dio tiempo para reflexionar y recordar la letra de una bella melodía compuesta por Bob Dylan, titulada “Deja que Sientas mi Amor” y dice así: “Cuando la lluvia cae sobre tu cara/ y el mundo entero está en tu maleta,/ puedo ofrecerte un cálido abrazo/ para hacerte sentir mi amor. /Cuando las sombras del atardecer y las estrellas aparecen/ y no hay nadie para secar tus lágrimas/ podría abrazarte durante un millón de años,/ para hacerte sentir mi amor. /Sé que todavía no has tomado una decisión/ pero yo nunca te haría daño. /Lo supe desde el momento en que nos conocimos, /en mi mente no hay duda a dónde perteneces. / Pasaría hambres e iría de luto y deprimido, /vagaría por la avenida. / No, no hay nada que no pueda hacer /para hacerte sentir mi amor. /Las tormentas se desatan en el mar enfurecido/ y por la autopista del arrepentimiento. /Los vientos de cambio soplan salvajes y libres, / pero todavía no has conocido a nadie como yo. / Podría hacerte feliz y convertir tus sueños en realidad. / No hay nada en este mundo que no haría por tu amor, / iría hasta el confín de la tierra por ti /para hacerte sentir mi amor”.
Conozco a este matrimonio desde que eran novios y, desde entonces, pensaban tener una familia numerosa. Siempre se han tenido un gran cariño mutuo y, cada hijo que Dios les manda, les supone un gozo indescriptible.
Desde aquellos años en que soñaban con casarse, formar una familia y ser fieles para siempre, ahora he comprobado que ese afecto entre ellos ha madurado, se ha convertido en un amor profundo, como el ancho cauce de un río.
Por supuesto, que no les han faltado adversidades, contrariedades, dificultades y dolores. La prueba más dura, sin lugar a dudas, fue la pérdida de su tercer bebé, a escasas horas de haber nacido. Al principio, les supuso un golpe tremendo, que se convirtió en un hondo y agudo llanto durante el funeral, porque nadie esperaba que esto ocurriera, pero Dios tiene sus propios caminos…
Con el paso de los años, toda la familia ha asimilado este suceso doloroso y hablan -con naturalidad- del “hermanito que está en el Cielo y que reza ante Dios por sus papás y hermanitos”. Para todos sigue muy viva su presencia y siempre lo tienen en cuenta.
Reviste una particular belleza observar a un matrimonio que, con los años, se ha consolidado y han permanecido fieles. Cada uno de los hijos les llena sus vidas y sus ilusiones. Están “volcados” en sacarlos adelante en sus estudios en la escuela; en su formación católica, como hijos de Dios y, por supuesto, en su educación en las virtudes humanas.
Son luces y sombras; alegrías y sinsabores de una joven familia de la que he sido testigo -paso a paso- de crecer, desarrollarse y madurar. Cuando visito el hogar de este matrimonio y observo la algarabía de los chiquillos, podría decir que experimento un alegre sentimiento, que se podría traducir en una sola frase: “Fidelidad es Felicidad”.
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