“El niño que crece sin uno de sus padres queda irremediablemente marcado, pero sufre más la ausencia de la madre que la del padre” Páter Michel Quoist
Perder una madre es, probablemente, una de las cosas más dolorosas que el ser humano pueda experimentar a lo largo de su vida. Una parte de nosotros se va con ella.
Pero se ha preguntado ¿qué hay de la “muerte” de la madre cuando ella continua viviendo? En un divorcio o en el abandono execrable del esposo y padre, se suma en no pocas ocasiones, el abandono de la madre.
Ejemplos comunes son las mamás que aun viviendo un matrimonio estable, no están realmente presentes en la formación de sus hijos, se resisten a dejar su vida de solteras. Se convierten en proveedoras y descuidan su formación; pareciera que les urge que los niños crezcan; so pretexto de que los hijos deben ser autosuficientes, evaden responsabilidades básicas; “deben crecer”, “él/ella sabe que tiene que ponerse suéter, yo no tengo que decírselo”, “ahí está el refrigerador, pueden hacerse el desayuno/comida/cena”, etcétera.
Otro ejemplo muy común es el las madres luchonas ensalzadas en los medios de comunicación y ¿cómo no hacerlo cuando luchan con todo para sacar adelante a sus hijos? Sin embargo, poco o nada se habla de lo que sucede cuando la cabeza de familia (el hombre) falta. Si bien la mujer muchas veces trabaja arduamente y sin descanso, si no es cauta comienza a abandonar a los hijos. ¿Cómo puede ser esto posible si fue ella la que se quedó?
Porque el abandono no solo es físico, sino también espiritual; dejan de ser una guía, dejan de formar a los hijos, dejan de ser un cobijo y ellos viven una verdadera orfandad. Varias veces oímos el argumento de que así como el hombre está en una aventura, disfrutando del adulterio y de una nueva vida, entonces ellas también tienen derecho a divertirse en una noche de copas, vestir con poca modestia, comportarse con poco decoro o disfrutar de alguna relación amorosa fugaz, porque ellas al menos “se quedaron con los hijos”; argumento engañoso pues equivale a decir que así como el hombre se ha hundido en el lodo del adulterio abandonando a su familia, entonces la mujer debería también hundirse en ese fango. ¿Verdad que es injusto? Y lo es porque los hijos dependen ahora de ella para la mayor parte de las cosas. De la noche a la mañana se convierten en el único ejemplo –bueno o malo- a seguir.
En contraposición, hay madres que a pesar de las adversidades y no pocos yerros propios, se levantan y son ejemplo de haber sacado adelante a sus hijos cuando el hombre se ha ido; curiosamente son las que menos se ufanan de haberlo logrado; mantienen ante todo su dignidad de mujeres, esposas y madres; dedicadas a sus hijos, formándolos, manteniéndolos cerca de Dios; esto último es tan importante que puede llegar a cambiar el curso de una vida, para bien o para mal. Una madre lejos de Dios es capaz de exponer a los hijos a los vicios y peligros del mundo, de arrastrarlos a una orfandad mayor: la orfandad de la Madre Celestial y de la Madre Iglesia.
Si para un adulto es dolorosa la pérdida de una madre, imagine para un niño o un adolescente tener que crecer sin ella, cada día, cada hora… cuando ella vive a su lado. La madre que por naturaleza es cobijo de los hijos, se convierte así en una extraña. Ellos quedan irremediablemente afectados.
No imagino cuan doloroso debe ser enfrentar tantas adversidades sola, cuan doloroso debe ser el abandono del esposo y padre de los hijos, pero abandonarse y dejarse caer conscientemente en el fango no ayudará jamás. Tengan por seguro que cuanto más cerca se mantengan de Dios, más fuerza hallarán para continuar adelante en su labor. Recen por tu familia, por sus hijos, encomiéndenlos a Dios.
Por cada madre ausente, por cada madre que renuncia a su vocación, todos perdemos, pues en un mundo materialista y hedonista, la madre humaniza y restaura una sociedad envilecida. Y si ella no está…
“Pobres de los hijos que tienen una madre que no reza, porque es como si no la tuvieran”
Páter Carlos Santillán
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