En la segunda mitad del siglo XX y en medio de una de las cumbres del secularismo y de la confusión, aparece la Encíclica “Fe y razón”. Esta Encíclica tiene un valor excepcional porque a pesar de que ya en esa época la Filosofía y la Teología habían sido prácticamente desterradas, la Encíclica resalta que el gran tema fundamental del cristianismo es el de las relaciones entre la fe y la razón. Es una Encíclica maravillosa porque afirma que el hombre tiene una vocación a la verdad, y para llegar a ella cuenta con la Filosofía. También es una Encíclica valiente porque denuncia que es necesario acudir a la Filosofía porque el mundo se encuentra en un contexto de relativismo en el que la gente piensa que todas las opiniones son igualmente válidas (n.5).
La Encíclica sostiene que la fe y la razón son dos cosas distintas, pero una está dentro de la otra aunque cada una tiene su campo de realización (n.17). “El hombre mediante su razón alcanza la verdad porque iluminado por la fe descubre el sentido profundo de cada cosa”. (n. 20) La verdad se presenta al hombre a partir de preguntas sobre la existencia, la vida, la muerte, la inmortalidad, la trascendencia, etc. Pero de las respuestas que obtenga depende la posibilidad de que el hombre alcance o no alcance una verdad universal y absoluta (n.27). Por eso es importante saber que no cualquier ideología, sistema de pensamiento o “filosofía” sirve para alcanzar esa verdad.
La Encíclica señala que el hombre se encuentra en un camino de búsqueda de la verdad y de búsqueda de una persona en quien confiar (n. 33). Y Jesucristo que es la Verdad le presenta la oportunidad de alcanzar aquello que busca con su razón. De aquí que lo que busca el hombre con la razón, lo encuentra en la fe. La fe y la razón conducen al hombre a la única verdad absoluta que es revelada por Aquél en quien puede confiar.
Si revisamos un poco la historia nos damos cuenta que los primeros cristianos que recibieron la fe, tuvieron que apoyarse en el conocimiento de Dios que se había alcanzado en ese momento con la razón. También tuvieron que considerar la conciencia moral que cada hombre poseía. Es así como surgió la Teología en un encuentro entre la fe y la razón. Desde los inicios del cristianismo se sintetizó el conocimiento filosófico y teológico. Y ese encuentro entre el conocimiento filosófico y teológico, es decir, entre la fe y la razón, ha sido el encuentro más profundo entre la creatura y el creador. La Encíclica “Fe y razón” es muy clara al afirmar que la fe requiere ser comprendida con ayuda de la razón mientras la razón considera necesario lo que la fe le presenta (n.42). Sin la razón la fe termina en el fideísmo, es decir, en la construcción de un Dios a la medida que no es el Dios verdadero y sin la fe, la razón no alcanza la verdad en la plenitud que debe alcanzarla en esta vida.
Otro aspecto importante de la Encíclica es que resalta el hecho de que el Magisterio haya considerado a Santo Tomás de Aquino como el mejor camino para recuperar un uso de la Filosofía conforme a las exigencias de la fe (n.57) Debido a que no cualquier ideología o forma de pensamiento sirve para satisfacer las exigencias de la fe, la Encíclica “Fe y razón” propone a Santo Tomás como Maestro y guía.
Lo triste es que actualmente no sólo Santo Tomás sino toda la Filosofía, ha sido despreciada hasta el punto de que ha sido desterrada prácticamente de todas partes. Incluso los que se dicen teólogos se han desinteresado por el estudio de la Filosofía (n.61). Por eso la Encíclica califica el drama de la separación entre la fe y la razón como “nefasta” (n.45). Ya no importa la razón sino los sentimientos, las experiencias existenciales y por eso la fe ha quedado a merced de lo que cada uno siente o experimenta. Es muy triste que hayamos llegado hasta el punto de que no se reconoce la Verdad, sino que la “verdad” se obtiene por medio de consensos (n.56). Cada uno vive su fe y su “dios” como le conviene y le acomoda.
Por eso este documento de la Iglesia es tan oportuno y vigente, porque no se limita a señalar los errores y la crisis en que nos encontramos, sino que nos propone como maestro a Santo Tomás y nos da la solución al invitarnos a reconocer y a considerar con esfuerzo y atención, el valor de la fe y de la razón para alcanzar al verdadero Dios.
Manuel Ocampo Ponce Universidad Panamericana Guadalajara Jalisco, México.
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